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Las alas de noviembre
Uno puede volverse sombra, pero no borrarse.
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Domingo, 4 de Noviembre de 2018

Noviembre es un pájaro parado en la penúltima rama del año para anunciar, ahora sí, el ascenso final. De manera que es como una astilla que queda por quebrar, en este desvanecimiento del tiempo que se posa en los trinos y en las nubes, para contar las formas de los recuerdos.

Y tiene varios usos: si uno quiere, puede ser nostálgico, porque en su ambiente flota el vacío de los muertos y, también si lo quiere, puede ser muy alegre, porque anticipa la navidad y la época de jolgorio de diciembre.

Entonces el pájaro repasa los meses, salta, baja y sube, entre enero y noviembre, y da tono a su canto con una música que se detiene un poco en los rincones del alma para ver qué dejaron y, sobre todo, el color que se detuvo para decorar las cosas que pasaron.

Bordea las cercas de los meses y, trémulo, esparce notas, de colores, que se yerguen para contar al corazón los sucesos que debe guardar y botar los que deben ir a la basura.

Los espacios y el tiempo se van despejando, las palabras corren presurosas al encuentro de los sueños, las voces de la melancolía vibran cuando se vuelven recuerdo y deben decidir qué fue bueno o qué fue malo.

Uno puede volverse sombra, pero no borrarse y hacer cuanto puede para mirar bien dónde deja su patrimonio de quimeras porque, de una u otra manera, volverá a encontrárselo, en uno u otro mes.

El tiempo no se puede desviar: si no se canaliza lo inunda todo; si se acepta, y uno lo adapta, ajusta las cuentas que debe rendir de la misión y flotan inocentes las mejores espumas de una cuenta ardiente del alma.

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