Amables lectores: Más de 50 años han pasado desde que mi padre Carlos Humberto Yáñez Peñaranda, abogado externadista, afirmaba: “El problema de Colombia no es de falta de leyes ni de normas sino de la gran dificultad de que estas se cumplan por falta de justicia y así hemos caído en un estado de impunidad donde el malo y el corrupto parece el gran triunfador”. Hoy, ante las situaciones de corruptela presentadas en las cortes, estas palabras adquieren total vigencia. Muchos han dicho que en Colombia se debe dictar una ley para: “No crear más leyes ni normas y así evitarnos nuevas reglas para violar”. Nuestra clase dirigente habla de reformar la justicia y sugieren hasta una constituyente para alcanzarlo pero; ¿Cómo lograremos que estas reformas se cumplan? Que las autoridades judiciales no solo condenen sino que hagan cumplir las condenas. Hoy el famoso debido proceso tiene en la calle a más de un maleante. En nuestro país existe un número grande de profesionales del derecho que parece fueron formados en sus universidades no como defensores del estado de derecho sino como cómplices de la picardía, buscando ante todo su enriquecimiento personal.
El escritor Mauricio García Villegas en su investigación titulada “Normas de papel”, afirma que en cualquier actividad, que despliegue el ciudadano colombiano, muestra la innata tendencia a mentir y a engañar porque piensa que así obtendrá el éxito buscado. El “Robar” también se suma a la premisa anterior y Germán Puyana afirma que en 1993 el Palacio de Nariño tuvo que sustituir el juego oficial de cubiertos de plata, por otro de fantasía, debido a que poco a poco se fueron perdiendo las piezas originales. En Colombia, el producir utilidad honestamente se ha convertido en un delito perseguido por el hampa y las autoridades fiscales. Se afirma que en algunos departamentos del país las personas “primero se enriquecen y luego se honradecen”. Esta frase hizo carrera con el narcotráfico en la época de Pablo Escobar. Horacio Gómez Aristizabal en su libro: “La decadencia del pueblo Colombiano” afirma que una de las grandes pasiones de los colombianos es la tendencia extrema hacia la simulación.
En este país “todo el mundo quiere ser lo que no es”. Eduardo Caballero Calderón confirma lo anterior al referir, que a mediados del siglo XX la comunidad de colombianos que vivía en Paris se componía de unos cuantos estudiantes que NO estudiaban, de algunos pintores que NO pintaban y de escritores que NO escribían, sin embargo, a base de palabrería, ellos construían falsos mundos de éxito profesional. Si hay algo claro en Colombia en su formulación pero frágil en su aplicación es la ley de la fila. ¿Quién de nosotros, alguna vez, no se ha visto burlado en sus derechos cuando alguien creyéndose más vivo o con mayor poder ha pasado a la brava por delante de nosotros, en una fila? Es difícil encontrar una regla de comportamiento más básica que la norma de la fila: “Quien primero llega debe pasarse primero”. No importa quienes lleguen: ricos - pobres - poderosos - humildes, lo que debe importar es el orden de llegada. En la fila todos somos simples ciudadanos, pero Colombia es un país de reglas violadas y la fila no es una excepción.