Muchos se preguntan si los ángeles existen y hoy puedo dar fe de ello. Con esta columna quiero llevarles esperanza a sus hogares rindiendo homenaje, en el día de su cumpleaños, a un ángel que con su amor, entrega y generosidad ha dedicado su vida a cambiarle el mundo a cientos de niños abandonados con discapacidad: la hermana Valeriana.
Valeriana García Martín nació en Écija, España; hija de un ejemplar y hermoso hogar cristiano, sexta de 14 hermanos. Siendo muy joven sintió el llamado de Dios e ingresó a ser parte de la comunidad filipense hijas de María dolorosa, donde inició su apostolado.
Desde su llegada a Colombia, en 1970, la hermana Valeriana trabajó en varios proyectos sociales que fueron alimentando el deseo de servir especialmente a los niños más vulnerables. En 1973, fue trasladada al Putumayo y trabajó en las veredas indígenas, atendiendo personas enfermas con problemas de visión que la motivaron a trabajar por su recuperación.
En 1983, solicitó permiso a su comunidad para trabajar en un lugar donde pudiese cuidar a personas ciegas. Su primera experiencia sin despojarse de los hábitos fue en Bogotá en el Instituto para niños ciegos Juan Antonio Pardo Ospina. Allá conoció a Nelcy Montaño (su hija adoptiva), una pequeña de escasos 5 meses, quien había sido abandonada por sus papás y rechazada por sus padres adoptivos, al enterarse que era ciega. Fue en ese momento que decidió materializar la idea que venía gestando desde hacía varios años de tener una casa donde pudiera albergar niños abandonados con problemas de visión.
A finales de 1989 sus familiares de España le enviaron dinero para comprarse un carro pero decidió utilizarlo para adquirir una vieja casona en el sur de Bogotá, la cual no era cómoda, pues era vieja y fría, pero estaba segura de que Dios no la abandonaría y que, con su ayuda y el calor humano, la transformaría en el hogar de los niños. Y así fue, gracias al apoyo de su familia, del Padre Luis Alberto Garcés y de varias personas de la comunidad, en febrero de 1990 abrió el hogar Luz y Vida, donde albergó a 4 niños con problemas visuales. Hoy es el hogar de 230 niños.
En enero de 1991, recibió a Rosa María Rivera, una niña con parálisis cerebral quien le robó su corazón para siempre, obligándola a ampliar su objetivo a todos aquellos abandonados con cualquier tipo de discapacidad.
Nunca ha sido capaz de decirle no a un niño, por eso cuando Rosita con tan solo cuatro años le pidió ir al colegio, ella le prometió cumplir sus sueños y en diciembre de 1996 fundó el Colegio de integración Escolar Luz y Vida. Hoy 100 niños de la comunidad y del hogar reciben su educación en ese mágico lugar.
Al principio trabajaba con las uñas. Recuerda que al comienzo no tenía suficientes recursos, pero utilizando la imaginación y creatividad, convertía una llanta en un cómodo mueble y varias llantas unidas en un corral. Así fue construyendo un mundo que atrajo a muchas personas que la ayudaron a construir lo que hoy es Hogares Luz y Vida. Su comunidad la llevó a decidir entre la obra y la comunidad filipense, por lo que renunció a su hábito, pero no a sus votos y a sus principios de vida religiosa consagrada al servicio de los más necesitados.
Cada sueño se hace realidad en la vida de la hermana Valeriana, su fe es tan inmensa que no existen barreras cuando se piensa en hacer el bien. No conozco persona que no salga con el corazón cargado de amor de esta casa; por eso los invito a conocer esta obra y a todos los ángeles que ahí trabajan. Mi admiración y respeto. Aplausos de pie.