Voy a proponer un premio muy especial para el político, de cualquier tendencia, que diga le mentira más grande en la campaña que llega a su primera etapa por estos días, en la que los aspirantes a las jugosas dietas están haciendo esfuerzos para engañar incautos, que no saben distinguir entre derecha e izquierda, entre democracia y dictadura o entre castrochavismo y falangismo, pues buena falta nos hacen a los colombianos unas clases de cultura política que permitan tomar una decisión a conciencia para no meter la pata y votar por una mentira. .
Mentirosos es lo que hemos visto y oído en los actos públicos y privados en los que aspirantes de todas las vertientes hacen un arrume de promesas, ofertas y embustes, a cual más alejado de la realidad y que se aprovechan de la inocencia de un electorado que no sabe diferenciar sobre las propuestas de campaña, acompañadas de suculento tamal, abundante alcohol, orquestas y lechona.
No sé si en todas las campañas que se cumplen por estas calendas en la convulsionada América, incluyendo nuestra vecina Venezuela, se oye tanto embeleco, pero de lo que si estoy convencido es que somos los campeones en eso de engañar incautos. Tanto, que todavía hay quienes creen que hicieron los colegios y los hospitales que ofreció Belisario Betancur en lugar del mundial de fútbol.
Cualquier politólogo aficionado puede desmayarse cuando escuche la propuesta de un expresidente: nada menos que acabar con la lucha de clases, algo que no se ha logrado ni en China o Estados Unidos, porque hace parte de la naturaleza humana; es como acabar con el consumo de agua o del oxígeno. Otros prometen bajar los impuestos y subir los sueldos (¿con que van a pagar?) Y no faltan los que ofrecen erradicar la corrupción, para lo cual sería imprescindible eliminar el dinero. ¿Y qué tal los imposibles, como acabar con la emigración de venezolanos en busca de drogas y comida o ponerle impuestos a los servicios sexuales? También se ofrece cambiar la política, se llenan de carteles todos los postes y hasta le ponen ruanas verdes a las estatuas de los próceres.
Las cerezas del pastel electorero son las promesas de la proliferación de religiones, que ilusionan a sus feligreses con la salvación eterna y el paso por el cielo. Un ilustre conservador laureanista, quemador de libros, seguidor de la inquisición y del nazismo, consigue seguidores con todo tipo de espejitos, como los que les ofrecían los conquistadores a los indios.
Por eso, quien tenga el propósito de acercarse a las urnas debe informarse sobre las distintas ofertas para tomar una decisión a conciencia. Para después no tener que arrepentirse. El gobierno debería tomarse el trabajo de hacer pedagogía política, mostrando los diferentes programas. Se evitaría caer en las trampas de la demagogia, que se da silvestre en el país del Sagrado Corazón, donde muchos siguen cambiando su voto por unos centavos. O por una mentira. GP