Hoy en el país lo que más se escucha son voces altisonantes e imperativas que no dejan espacio para la reflexión y una discusión que merezca ese nombre. Los unos vociferan que el metro de Bogotá debe ser todo elevado, mientras que otros en el mismo tono son tajantes en decir que no, que debe ser totalmente subterráneo. Al tiempo otros se empecinan en sostener que los acuerdos de La Habana deben ser vueltos trizas, y les responden con voz tronante que a esos acuerdos no se les puede cambiar ni una coma, pues estarían como esculpidos en mármol para la eternidad. Mientras tanto en otro ring del debate público se desarrolla un tercer match similar, en este caso en torno a las fumigaciones de los cocales, entre los que no las admiten ni en el jardín de la casa, y quienes sostienen con igual contundencia, que solo fumigando se podrá vencer esa plaga incontenible, dejando de lado los daños que con ello sufren campesinos cocaleros y medio ambiente por igual. Discusión con características semejantes se da sobre las causas y responsables de los condenables asesinatos de dirigentes sociales.
Esos ruidos nada tienen que ver con los intereses y urgencias del país, pero sí con los de unos egos públicos empeñados en imponerle sus caprichos a una realidad tozuda. Su estridencia aumentará a medida que el país se adentre en el proceso electoral de Noviembre, pues detrás de esos duelos verbales entre egos confrontados están agazapados los fríos, chatos y deleznables cálculos electorales, tanto de izquierda como de derecha, que cada vez le dan más la espalda a lo que verdaderamente interesa y preocupa al ciudadano en estos tiempos difíciles. La ciudadanía que no es boba, a su vez les dio la espalda y se desenganchó de la desgastada dinámica electoral; escucha los discursos políticos como quien oye llover.
Lo anterior sucede por olvidar que la realidad no es monolítica y que por consiguiente no admite posiciones maniqueas. La realidad es compleja y repugna los abordajes y medidas simplistas; al ser matizada reclama una aproximación que la interprete sin pretender encasillarla en una fórmula construida a partir de absolutos inamovibles que expresan posiciones e intereses políticos particulares, disfrazados por lo general de posiciones éticas.
Se trata más bien de plantear un metro que por tramos sea elevado, a nivel o subterráneo, según las restricciones que impongan la geología del terreno y el desarrollo urbano, presentes a lo largo de los recorridos proyectados, como son los metros en el mundo. Que los acuerdos de paz por su parte, son acuerdos construidos por humanos que no tienen ni la verdad absoluta ni la capacidad de prever el desarrollo futuro de una realidad compleja como la colombiana, por lo cual lo responsable es ajustar lo que haya que ajustar, complementar o precisar lo que se requiera para garantizar su aplicación en esa realidad compleja. La fumigación en ningún caso puede ser la única acción a emprender pero tampoco debe ser excluida absolutamente, pues es un complemento de la sustitución disponible para su eventual uso acotado y controlado en casos específicos, que identifica la realidad no el capricho político. El escenario actual del debate público debería abandonar las posiciones ideológicas dominantes, que desdeñan reconocer y asumir la realidad con todas sus implicaciones limitarse solo a ventilar y promover limitados intereses políticos.