Al presidente Juan Manuel Santos lo asedian todos los problemas: parece que lo hubiera maldecido el famoso Garabato, quien odiaba tanto al equipo América, que le lanzó conjuro que durante varios años le impidió ser campeón profesional del fútbol. La maldición solo desapareció por el trabajo de alguna bruja o una pitonisa, que ahora podría encontrar puesto en la Casa de Nariño para exorcizar a su actual ocupante, a quien le han caído todo tipo de inconvenientes, el menor de los cuales es la persecución de quien fuera su mejor amigo y ahora, su peor enemigo.
Como si no fueran suficientes los tropiezos que ha afrontado la política de paz, que busca acabar con viejo enfrentamiento armado que ha costado la vida a millares de colombianos, ahora aparecen dos nuevos fantasmas, a cual más preocupante: la intolerancia y la migración masiva de venezolanos.
Cuando muchos llegamos a pensar con optimismo que había sido desterrada para siempre la guerra fratricida, la realidad nos cayó como baldado de agua fría: la intolerancia no ha permitido la incursión en política de la anacrónica guerrilla comunista fundada por el mítico Tirofijo, y en lugar de la obvia pugna por las curules en el Congreso ha surgido, como ave fénix, el odio contra las ideas ajenas y contra antiguos combatientes que ahora quieren, aparentemente, incorporarse a la legalidad política, como resultado de las gestiones del presidente Juan Manuel Santos.
Pero muy pocos practican aquello de ofrecer la otra mejilla y otorgarle perdón y olvido a los viejos enemigos. Por el contrario, hay quienes desean seguir la guerra y provocar un incidente que resucite los odios. Se ha visto en televisión a dirigentes uribistas atacando las caravanas de exguerrilleros y tratando de destruir vehículos en los que se mueven los candidatos de las viejas Farc, en demostración de rechazo a quienes, creo yo, buscan incorporarse a la vida civil. Son declaratorias de guerra, que ignoran los esfuerzos de muchos que desean la paz. Claro está que los pecadores de ayer deben pagar por sus culpas, sus pecados y sus crímenes, pero se requiere gran dosis de paciencia que muchos no están dispuestos a otorgar.
Como si este problema no fuera suficiente para sacarle canas a Santos, se ha presentado nuevo fenómeno que nos tiene consternados: el éxodo masivo de venezolanos, que quieren quedarse en Colombia. Se habla de por lo menos dos millones de personas para quienes no hay trabajo ni tienen el apoyo de su gobierno, cada día mas ahogado por las deudas y la estupidez del presidente Maduro, un chofer ignorante que aquí no habría servido ni para manejar el blindado presidencial. Claro está que los venezolanos nunca se han distinguido por su sapiencia, pero ahora el problema superó todos los cálculos y la solidaridad de los colombianos. Ya no sabemos qué hacer con ellos y muchos están proponiendo construir un muro como el de Trump en la frontera con México.
P.D. Repito sugerencia que hice en días pasados. Quienes tienen recursos económicos deberían apoyar a las familias de los policías asesinados por el ELN con vivienda, pensión y educación para los hijos. La solidaridad debe ser con hechos y no solo con palabras. GPT