Los fervorosos de las ciencias sociales, imaginamos la ciudad como una primicia azul que preservará lo necesario para la continuidad racional -y equilibrada- de un progreso derivado de sus tradiciones y valores.
De inmediato, recurrimos al anhelo de enseñar esa ciudad soñada a los jóvenes, inspirada desde el aprecio de los mayores, legada como una posta generacional para que piensen en lo que ha de ser, antes de que sea.
Aunque es extremo asociar a Cúcuta con una megalópolis, es conveniente hacerlo así, en grande, por su tendencia a globalizarse, a integrar áreas urbanas vecinas en un modelo descentralizado, pero, articulado en su socio-economía dentro de un marco de referencia humanista.
Debemos sembrar en ellos una megalópolis espiritual que los una en sus sueños y genere una transición para ampliar el horizonte, aprovechar el espacio, los recursos, la gente valiosa y los dones naturales.
La estrategia debe concentrarse en cultivar su identidad y la suficiencia motivacional, en los círculos concéntricos del tiempo bueno, en las virtudes, para ennoblecer su honor y estimularlos en competencias sanas, pero contundentes, para obtener un desarrollo armónico.
La misión de los jóvenes es ser la suprema esperanza social, compromisarios del relevo en la dirigencia, del desafío de planificar la megalópolis desde una renovación juiciosa, de ensamblar una confluencia de beneficios mutuos, sin condiciones restrictivas…sólo generosas.