Yo votaré en blanco. Es el prototipo del voto honesto. Con él se evita colaborar a que alguien continúe con la corrupción.
Sin embargo, haré dos excepciones, en honor a la honradez: aunque no me gustan las alianzas que pactó, votaré por Juan Carlos García-Herreros para gobernador, a quien ni conozco, pero tengo referencias de su familia, familia de servidores.
Deplorable, sí, de mi candidato, el eslogan tan ordinario que escogió: “Cambiamos o nos joden”. Parece que para estas contiendas, lemas con vocabulario ñero se están imponiendo, como el del actual gobernador: “Un Norte pa lante”.
Lástima que al padre de ese eslogan no le hubieran enseñado que se dice “para adelante”.
Con semejante ejemplo ¿cómo aspiramos a educar y dirigir a la gente por las vías correctas? Seguramente otro candidato a la gobernación dentro de cuatro años lanzará como grito de combate “Pa lo que sea, papá”, inspirado en el lenguaje de camioneros y gamines.
Mi otro voto será por una chica que asomé en el directorio departamental conservador para que rellenara la lista del concejo en cumplimiento de la cuota de género.
Le correspondió el número 9. Habrá que marcar, entonces, C9. Se trata de Xiomara Flórez Figueroa, una señorita recién egresada de la Universidad como administradora de empresas, 21 años, que sabe y maneja dos problemas del momento: los niños abandonados y los desplazados.
No tiene idea de política, está virgen en negociados, incontaminada, de modo que si hay un voto puro es el que depositemos a su favor.
Aunque sean pocas las posibilidades de resultar electa prefiero botar mi voto en ella a sufragar por personas cuya primera mácula es haber abandonado su partido y ser arribistas (no hay un candidato o candidata que no se haya volteado), y de ahí para allá siguen las otras manchas que siempre pasan por el erario.
¿Alcaldía de Cúcuta? Si nuestra ciudad capital hace años viene de mal en peor, si es la campeona del desempleo en el país y la más cara, si sus calles se encuentran destrozadas, si no hay orden, ni autoridad ni seguridad, si los escándalos de contratos y nombramientos no cesan, si la red de semáforos colapsó, y un largo etcétera, ¿vale la pena votar para elegir un alcalde? No, no vale la pena. Aquí hace rato no hay alcalde, y no se necesita. Que nos manden de Bogotá un administrador. O de Bucaramanga, de donde dependemos para todo, y punto. Bueno: hablemos de otra cosa. ¿De Asamblea? Menos.
Hago votos – como decían los centenaristas – porque triunfe el voto en blanco.
Repito que es el más limpio y transparente. Y casto.
orlandoclavijotorrado@yahoo.es