A los viejos comunes y corrientes, que nos gusta estudiar, no nos incluirán en la Misión de Sabios, pero ¡Seremos de la Misión de Viejos!, aunque en la actualidad se nos considere algo extraños, porque intentamos validar y fortalecer un conocimiento sedimentado de las lecciones de la vida.
Hemos cosechado experiencia del tiempo, de la lectura, del arte, de la ciencia y de esa virtud innata que tenemos de inducir, y deducir, basados en una intuición forjada con el criterio que aportan los años y nos hace – a todos- sabios.
Y algunos no nos dejamos enmohecer, sino optamos por desarrollar la escasa o mucha inteligencia que tenemos, con una actitud intelectual de aprendizaje sostenido, casi voraz, que mantiene vigente esa fluidez de pensamiento que valoriza y convierte nuestra edad en estrategia.
Sin embargo, la sociedad no se da cuenta de eso y se deslumbra con los sofismas de una aparente investigación científica que no posee quilates, ni siquiera comprensión verbal, sino un dilatado manejo juvenil de cuadros y cifras.
Algo muy distinto a lo que nosotros hacíamos: podíamos sostener una conferencia de horas, dirigir un taller con nuestras manos, con palabras sensatas y el corazón desplegado, o debatir cualquier tema y mantener un aula de clase activa e interesante, porque la pasión de maestros nos otorgaba confianza.
Lástima que se está desaprovechando la veteranía, por llamar de alguna manera la sabiduría que no cristaliza, sino hierve en ciclos autodidactas y nos hace gigantes en disciplina, paciencia y reflexión: es una forma de ver la vida como el reflejo mágico de nuestra candidez parroquiana.