Un amigo me contó su experiencia en el paro nacional del 21 de noviembre de este inolvidable año de 2019. En síntesis, este es su relato.
Numerosos vecinos se reunieron en la casa de mi amigo. ¿El motivo? Su participación o no en el paro.
- Bien: ¿y por qué hemos de unirnos a la marcha? - abrió la sesión el presidente de la Junta de Acción Comunal. ¿Vamos a tumbar al presidente Duque, o qué?, porque eso es lo que pretenden los organizadores del paro.
Un joven abogado tomó la palabra para responder: - Déjenme, primero, que les lea un trozo de este magnífico artículo que escribió en El Heraldo de Barraquilla y lo reprodujo El Tiempo, el empresario y columnista Thierry Ways. Y leyó todo el texto, del cual recuerdo este aparte: “Quizá porque hemos aportado tan poco al progreso de la humanidad, nunca aprendimos en carne propia que las mayores transformaciones sociales no nacen de las marchas y las arengas, sino del ingenio y el comercio. El ábaco, la brújula, el celular, etc., etc., etc., cualquiera de estas cosas hizo avanzar a la humanidad más que cualquier manifestación, protesta, cabildo o comité…” El orador fue ovacionado frenéticamente. ¡Buena esa, doctor!, gritaron desde un rincón. Y éste continuó:
- Nosotros vivimos todos ocupados, y a pesar de que nuestro tiempo es muy valioso dedicaremos unas dos horas para salir al alboroto porque nuestras razones sí valen la pena. Aprovecharemos el momento para protestar por los males que nos afectan directamente en nuestra vida cotidiana, en nuestro barrio.
¿Cuáles son esos males? – preguntó un repartidor de encomiendas a domicilio.
Pido la palabra, dijo la vicepresidente, y se levantó para exponer:
- Males domésticos. Aquí los tenemos a la vista: En el andén destapado que queda allí atrás, gentes sin cultura convirtieron ese tierrero en inodoro de los perros. Por allí no se puede pasar pues el olor es insoportable, ni pisar por no llevarse una plasta en el zapato.
- El parque mismo – dijo otro – se convirtió en dormitorio de los venezolanos que huyen de Maduro; allí se ven parejas teniendo sexo y es asfixiante el humo de la marihuana. Tenemos perdido ese lugar.
Otro espontáneo agregó:
- ¿Y qué decir de los que desde los carros arrojan botellas, vasos y toda suerte de objetos a la calle? Sin duda hay que protestar contra esos antisociales y contra las autoridades indolentes. ¡No a los huecos de las calles!¡No a la locura de los choferes de las busetas y de los motoristas! ¡No a los basureros públicos! ¡No a la invasión de delincuentes extranjeros! ¡Más vigilancia policiva! ¡Más cultura ciudadana!
- ¡Viva!, exclamaron todos a coro.
- ¿Iremos encapuchados y llevaremos yerba? – preguntó un gracioso. El presidente de la junta le respondió, devolviéndole la broma:
- ¡No hay necesidad de llevar la yerba: aquí nos la fumamos!
Y ya en tono formal, concretó:
- Precisamente, porque no tenemos ni rabia, ni envidia, ni resentimientos, no necesitamos descargarlos cubriéndonos el rostro, ni drogándonos, ni tirando piedra. No necesitamos ni cacerolas, ni bombas molotov. Dejemos la gaminería, la anarquía, el vandalismo y el caos para Bogotá y otras ciudades. Esta es San José de Cúcuta, la muy noble, valerosa y leal, como dice su escudo.
- ¿Y en fin salieron a marchar? - le pregunté a mi amigo.
- Por supuesto, salió todo el barrio, con pancartas. Bien adelante iban diez sacerdotes católicos.
- ¿Y que decían las pancartas?
- Las que más gustaron y fueron aplaudidas decían: “¡Respeto para los andenes: que los perros no los caguen!”
“¡Queremos aire puro! ¡Fuera, Maduro!”
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