Si de Norte de Santander dependiera, Iván Duque habría sido elegido presidente de la República este pasado 27 de mayo: 377.152 votos, un 61% de la votación, así lo indica. Mientras tanto, sus rivales se quedaron en estos guarismos: 102.210 votos, el 16.53%, por Fajardo; 63.525 sufragios, el 10,27%, por Vargas Lleras; y 56.848 tarjetones por Gustavo Petro, equivalente al 9.19%.
Solo cuatro pueblos de la provincia de Ocaña ubicados en la zona del Catatumbo, asiento de todas las guerrillas comunistas y emporio de cultivos ilícitos como la coca y la marihuana, prefirieron a Petro. Son ellos: El Tarra, que le dio 3231 votos; Hacarí, 1746; Teorama, 1914; y San Calixto, en donde el candidato que va exportar aguacates en lugar de petróleo arrasó con 2287 votos. En total estos cuatro municipios le ofrendaron 9178 votos. En Tibú y Convención la votación por el mismo fue alta, aunque por poco lo superó Duque.
Decía al principio que si por la mayoría de los nortesantandereanos fuera – con las excepciones atrás reseñadas –, en primera vuelta hubiéramos elegido al doctor Iván Duque y, por supuesto, nos evitaríamos el desgaste de la segunda vuelta, ordenada por el artículo 190 de la Constitución Política.
A propósito, no se sabe qué pasó con el proyecto de reforma de la Constitución por la que se aprobaba la eliminación de la segunda vuelta, la que pasó en el Senado en el año 2010. Si bien en Latinoamérica – con la excepción de Nicaragua – existe la segunda vuelta, que ha suscitado muchas críticas y se ha prestado a resultados injustos, véase que no la contemplan países tan desarrollados como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Canadá, China, Filipinas, Israel, Italia, España y Méjico, entre otros.
Bien miradas las cosas, de pronto en este caso no habría hecho falta el balotaje ya que Duque le sacó una ventaja al exguerrillero de 2.718.439 votos.
Ya la suma de partidos y congresistas a la causa de Iván Duque ha crecido como para esperar que saldrá victorioso el próximo 17 de junio. Sin duda todos se han convencido de que una presidencia de un individuo como Gustavo Petro no le conviene a Colombia. Petro nació en 1960 en Ciénaga de Oro, departamento de Córdoba, en un humilde rancho de paredes de bahareque y techo de paja, condición que al parecer le produjo el resentimiento que trasluce en sus discursos. A los 17 años ingresó a la guerrilla marxista del M19, y mientras Iván Duque – menor que él 16 años – se dedicó a prepararse tanto en su patria como en el exterior, Petro andaba delinquiendo y daba comienzo a una carrera y otra sin terminar ninguna, sin lograr doctorarse en algo.
El refrán dice que “perro huevero, aunque le quemen el hocico, sigue comiendo huevo”, refrán aplicable perfectamente a Petro, que no ha dejado de ser un revolucionario peligroso.
Petro predica una revolución en apariencia pacífica pero a la postre violenta porque según su doctrina marxista se debe acudir a cualquier forma de lucha. Las revoluciones, es sabido, son azotes de los pueblos, dolor de los inocentes, siembra de heridas, origen de las revanchas y el cementerio de la prosperidad y el bienestar.
Es cierto que Petro produce temor cuando anuncia que va a copiar el modelo fracasado de Cuba y Venezuela, en tanto que Duque es una promesa de legalidad, emprendimiento y equidad.