El alma de la naturaleza saldrá a enamorar los campos perdidos, en tropel de nubes, mariposas y colibríes, para anunciar a la heredad que todo vuelve sobre sus pasos, que el cielo es, otra vez, azul y los sueños del mundo se hospedarán en el corazón de los humanos.
Las estrellas se volverán a reflejar en las lagunas con una luz brillante de ilusiones, de nostalgias gratas, de esas que se nutren del canto de los pájaros y el agua bendita de la lluvia serena.
Las aves, sus rutas, sus costumbres y las señales de libertad que se asoman desde sus alas, serán una luminosa migración de luceros contagiados de horizonte en la melancolía de un amanecer bonito, o la galana sombra de un crepúsculo en la orilla de la tarde.
La belleza pura florecerá en las riberas de los ríos, en la dignidad de los páramos, en los caminos plenos de sol, o en el dormitar de las ninfas en algún arroyo cristalino, mientras las hojas de los árboles frescos, ondulantes, pintan en una acuarela de arco iris la génesis universal.
El tiempo será gentil, los nidos besarán la cumbre de la sombra que acuna a los pichones con pajas trenzadas y el fervor de la gente noble nutrirá de un ideal ecológico la esencia espiritual de un porvenir maravilloso.
(Corolario: Las ráfagas pasan -y se vuelven mansas-, si la humildad humana canta la renovación del amor por los dones naturales y, del silencio de una golondrina rauda, aprende el instante sublime de la majestad universal).