El filósofo de Chaparral, el inolvidable maestro y expresidente Darío Echandia, se preguntaba, con su típico sarcasmo, el objetivo del poder, que para él no era muy importante, a pesar de que en varias oportunidades ocupó la primera magistratura. ¿El poder para qué? dijo en memorable frase que pronunció el 9 de abril de 1948, cuando revoltosos le ofrecieron el golpe de estado, para reemplazar al presidente Mariano Ospina Pérez, a quienes algunos responsabilizaban del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Echandía no sabía la respuesta que años más tarde sería la causa de muchos escándalos y de la proliferación de uno de los tantos males de nuestro país, una herencia de los conquistadores que además de enfermedades y desgracias nos trajeron muchos defectos, uno de los cuales, no el peor, es la corrupción.
¿A qué viene el recuerdo? A que me entero por los medios de comunicación de los últimos escándalos, protagonizados por funcionarios de todos los niveles, desde humildes concejales hasta alcaldes de capitales, altos oficiales militares, médicos, abogados y personalidades que deberían estar dando ejemplo. También gentes de todos los estratos que se cuelan para no pagar pasajes en transmilenio. Cómo será de grave el problema, que ha tocado hasta el fútbol y a personalidades de alcurnia. Sólo falta que acusen a un ministro, algo que ya ocurrió aunque a mis colegas se les haya olvidado.
Me entero, con sorpresa, que hasta unos siquiatras resultaron enredados en chanchullos, pues colaboraron en un cartel de enfermos imaginarios, para cobrar indemnizaciones, licencias y permisos que le costaron billones al Estado, al cual le han sacado de los bolsillos sumas tan grandes que con ellas se hubiera podido construir el anhelado metro para Bogotá, obra alrededor de la cual, obviamente, se han tejido todo tipo de versiones. No todas ejemplares.
No ha habido sector en el que no se detecte la actuación de los bandidos. En conversación informal con un contralor nacional me permití señalarle que tenía la fórmula para acabar con la corrupción. Ante su obvia curiosidad, le di la fórmula salvadora: ‘’acabar con el dinero’’. Esa idea responde también la pregunta del expresidente a quien no le interesaba el poder ni el vil metal, el oro.