El procurador Fernando Carrillo cerró el año advirtiendo sobre el impacto que tendrá en el país la participación ciudadana. Es un defensor de la validez y pertinencia de ese sentimiento ?de amplio espectro? que se viene expresando de manera libre y espontánea en las calles de Colombia, a diferencia de quienes lo pretenden ver como un trasnocho comunista, encarnada hoy en lo que denominan el castrochavismo. Son igualmente tendenciosos quienes lo identifican como un movimiento dirigido a desconocer la legitimidad de la elección de Iván Duque.
Las movilizaciones ciudadanas no son contra alguien en particular sino contra una estructura de poder y de su manejo, que deja por fuera a un ciudadano cansado de recibir migajas del banquete del desarrollo y que ahora empieza a reclamar que se le valide su condición de ciudadano, su derecho a expresarse, a ser reconocido y a participar en las decisiones que conciernen su vida y su futuro.
Casualmente una de mis lecturas de fin de año fue la biografía de Álvaro Gómez de Juan Esteban Constaín, que me permitió entender que este reclamo ciudadano apunta a cuestionar aquello que Gómez llamaba ?el Régimen?, que no es una persona o un problema concreto, sino el entrecruzamiento de intereses, de complicidades, de arreglos hechos en nombre de la gente pero no para ellos, por lo cual esta se siente ignorada, utilizada, no reconocida en lo que es y significa. Gómez llegó a creer que la Constitución del 91 era el instrumento para derrotarlo pero al final entendió que si bien se había podido avanzar y mucho, ?el Régimen? seguía vivo y coleando. Creo que por esa razón Gómez habría mirado con interés las movilizaciones de hoy como expresión de una necesidad de cambio fundamental, afín a la que Colombia vivió en los 80 y albores de los 90 y que tanto Gómez como Carrillo, desde sus posiciones entendieron.
Fernando Carrillo como estudiante fue uno de los líderes de ?la séptima papeleta? que le abrió el camino primero ciudadano y luego político, a la Constitución del 91. Ahí se encuentra históricamente con Gómez y sus caminos diferentes los llevan al mismo punto. Hoy una dinámica de encuentro de posiciones diversas como la de entonces, es necesaria. Ya Gómez no está pero Carillo sí y diciendo cosas que el ausente probablemente hubiera compartido: para fortalecer la institucionalidad hay que darle trámite a las demandas sociales y ciudadanas; que sería un suicidio político no escuchar los reclamos de la gente, y que a semejanza de lo planteado y en alto grado logrado en el 91, hay que volver realidad un gran acuerdo nacional en defensa de la vida. De ahí la necesidad de negociar a través de un diálogo social; conversar simplemente, como plantea el gobierno, es una cosa inofensiva como lo afirma sin ambajes Fernando Carrillo.
Finalmente Carrillo es enfático, e igualmente podría serlo Álvaro Gómez, en afirmar que la salida de Colombia está abierta a un futuro para el cual la guerra es el pasado y son las reformas pacíficas las que están a la orden del día. Para lograrlo se debe empezar por comprender el significado de la situación presente y aprovecharla para hacer realidad la transición de la guerra a un futuro más amable e incluyente, marcado por la vivencia de una democracia renovada y un profundo respeto por la vida, no solo la humana.