Mientras usted lee esta columna, alrededor del mundo se sustentan debates entre posturas ideológicas para derrotar una persona o un movimiento, grupos de personas argumentan sobre la necesidad de prohibir la comercialización y uso de ciertos bienes de consumo, y en general, se desatan batallas discursivas para frenar la ‘avanzada’ de determinadas doctrinas.
En vez de gestionar, a través de luchas colectivas ciudadanas, la derrota de comportamientos políticos nocivos (clientelismo, corrupción, negligencia), o de determinadas agendas programáticas excluyentes (resurrección del proteccionismo económico, tendencias de gobierno autocráticas, aseguramiento social raquítico), los partidos y movimientos han orientado el debate hacia aspectos netamente ideológicos.
Los temas que enfrentan ciudadanos de todo el mundo, sin importar el corte ideológico de sus mandatarios, son similares: Desconexión entre el crecimiento económico y la generación de empleo, la desigualdad social, la malversación de fondos públicos o las afectaciones en salud por los efectos del cambio climático, los cuales se han convertido en el origen de cientos de revueltas de alto impacto. El Líbano, China, Nicaragua, Ecuador, España, Estados Unidos, Colombia, Costa Rica o Haití, son sólo algunos de los países que atraviesan graves contextos de des-gobernanza, y la batalla entre ideologías no va a solucionarlos.
Por ello, continuar enfrascados en debates como el que protagonizan los demócratas en Estados Unidos actualmente, no tiene ningún sentido. Para las próximas elecciones presidenciales, los demócratas debaten si girar hacia la izquierda o ajustarse el cinturón en el centro, con tal de frenar a Donald Trump. En pequeñas municipalidades de España, como Talayuela o Lucena del Puerto, el debate se da en torno al respaldo masivo a Vox y el crecimiento ‘desmesurado’ de la población migrante.
Un lugar común tras otro constituye la justificación de la ‘necesidad’ de dar debates que son netamente ideológicos y que no derivan en un mejor nivel de vida para los ciudadanos, no se relacionan con la gestión ni la proyección de políticas públicas satisfactorias. Las naciones necesitan líderes con carácter y aptitudes en pro del concurso de ideas, no en contra de ‘x’ o ‘y’ postura ideológica. Vale la pena preguntarse, para el caso de México, por ejemplo, ¿de qué sirve frenar el modelo económico neoliberal si los indicadores que indican bienestar (como la seguridad) no mejoran?
Lo más insólito en materia de debates políticos actuales está en la meca gastronómica internacional, Nueva York, donde animalistas y líderes del gremio de restaurantes disputan por la prohibición de la comercialización del foie gras (producto alimenticio del hígado hipertrofiado de un pato o ganso que ha sido especialmente sobrealimentado).
Grandes chefs (con dos y hasta tres estrellas Michelin), granjeros de Upstate y representantes del ayuntamiento se enfrascan en el foie gras cuando en Nueva York no se han conquistado aún las victorias ciudadanas más básicas: Un índice de calidad ambiental urbana decente -entre lo que se puede incluir la pérdida de la batalla contra las ratas-, la reducción del número de personas en el umbral de la pobreza o el fenómeno creciente de los habitantes de calle. Esos, y otros temas, son los que deberían posicionarse en la agenda, en lugar de la venta del hígado de pato. Dicho sea de paso, Hitler también había prohibido el foie gras en 1933, ¿y eso significó, en grado alguno, mayor bienestar social? Hay que pensárselo mejor.