Un pensamiento basta para decidir una historia, una fracción de tiempo se cristaliza en eternidad si uno aprende a imaginar, si se nutre de esperanza y araña la síntesis de la verdad.
Las voces del espíritu van tintineando y sus ecos resplandecen en cada rendija que deja entrar y salir la nostalgia buena que busca, incansablemente, donde refugiarse.
Qué maravilla es consentir los sueños, desprenderse de lo contingente, de lo práctico, de la esclavitud que impide el ritmo del azar: entonces, uno es apto para entreabrir la dimensión de la ternura.
Cuando mira y piensa en la naturaleza, se siente capaz de domesticar los yerros y esperar con fe, en la antesala del corazón, la visión del universo.
En la fantasía de la intimidad se escucha el silencio en una canción, o cualquier cascada manando en los recuerdos, porque hay menos distancia al infinito.
Ese sendero ideal muestra los fundamentos del alma.
En la medida en que sepamos transitarlo, aparecerán en él las señales que equilibran el pasado y el porvenir en un presente trascendental.
Es la intención romántica decorada con arte, sumisa ante la madrugada, vibrante en pureza; una muestra del camino a lo ideal, a la magia de una gesta inspiradora que orienta la esperanza hacia la morada de los duendes buenos.
Y hay un puente espiritual colgado de la sensibilidad, con esa sensación de ser la pincelada inicial de un cuadro de luz que brota de la sombra y marca la secuencia de pasos, o de alas, necesarios para la libertad.
