En 1998, esto es, hace dieciocho años, escribí la Croniquilla “¡Cómo inventa!”, a raíz de un diálogo con la señora de los tintos en la fiscalía especializada en donde me desempeñaba.
En resumen, decía el artículo que esta buena señora se admiró de ver mi fotografía en el periódico al lado de mi columna, me preguntó si ese realmente era yo, me pidió que la dejara leer, a duras penas leyó, y luego me volvió a preguntar que de dónde había copiado esas ideas. Yo le respondí que de mi cabeza.
No me creyó e insistió que le revelara el libro en donde se encontraba el artículo que en su concepto yo había copiado. Me esmeré por explicarle que un artículo semejante era fruto de muchos años de estudio, de investigaciones, de meditaciones y experiencias. Mi interlocutora siguió negando que el escrito fuera mío, y concluyó: ¡Cómo inventa!
Su comentario me inspiró el título del artículo, en donde advertí que tal actitud era entendible en la humilde Margarita, la encargada del aseo de las oficinas y los baños y de servirnos los tintos a los fiscales, porque apenas había cursado el quinto grado elemental. El día que salió el artículo “¡Cómo inventa!” llamé a Margarita para decirle que comprara La Opinión porque ella figuraba allí.
Cuando descubrió que yo la nombraba, fue a mi oficina, me abrazó conmovida y me agradeció entre lágrimas. Después recorrió los despachos de los demás fiscales, buscó a los secretarios y auxiliares judiciales, a los choferes, en fin, hizo gran algarabía porque el doctor Clavijo la había sacado en el periódico.
Llegó a su casa y les mostró orgullosa el artículo a sus hijas, de las cuales dos al menos ya estaban comenzando el bachillerato, pero en lugar de felicitarla y alegrarse mucho la reconvinieron: Mamá, ¿no le da pena de lo que dice aquí el doctor, que usted apenas tiene quinto de primaria, y nosotras ya estamos en bachillerato? Usted que todavía está joven ¿se va a quedar como una burra, limpiando inodoros, mientras nosotras nos le adelantamos?
Sus hijas la sacudieron fuertemente. Por ello acudió a la doctora Luz Gladys Cuartas, mi compañera y su especial amiga y confidente, y le refirió su angustia.
Luz Gladys la comprendió, y le dio un gran consuelo: Yo la voy a ayudar para que usted valide el bachillerato; la matrícula y la mensualidad corren por mi cuenta.
De ese modo Margarita obtuvo su grado de bachiller, y en poco tiempo fue retirada de la sección de servicios generales y puesta en un cargo semejante a mensajera o estafeta dentro de las oficinas.
Desde mi jubilación, hace tiempos no voy por la fiscalía especializada, pero me han contado que Margarita es la jefa de la sección de archivos y correspondencia. Se convirtió en una eficiente ejecutiva, y sobre sus hombros descansa el funcionamiento de buena parte del engranaje de la Fiscalía regional.