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Poros de los recuerdos
Las ilusiones de los viejos surcan senderos bonitos todavía. 
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Domingo, 9 de Septiembre de 2018

Las costumbres de otrora son, ahora, una especie de remanso del recuerdo, salen del refugio del corazón y quieren contarse a sí mismas, como si fueran el relato de una vocación ancestral arraigada en el alma.

Las ilusiones de los viejos surcan senderos bonitos todavía, llevan lunas y canciones, moldean los olvidos, para trocarlos en esperanzas que prometan redescubrir las rutas de los duendes, las voces de los fantasmas, el eco de la historia íntima de las cosas valiosas que había antes.

Y se vuelve oficio bueno gozarlas, transmitirlas, antojarse de vivencias que, incluso, devuelven la fe, la pasión por añorar una época que se disolvió entre los días, sin posibilidad de enseñarla a las nuevas generaciones.

Todo tendrá que regresar a su cauce, revivir aquél que tiempo con entrañas de sueños, querencias sencillas, muestras cualitativas de un pueblo siempre presentido, hermosamente imaginario, con dones regados en las calles y cantos de pájaros en los árboles.

Cuando queremos así, y soñamos así, los eslabones de los instantes gratos se van engarzando en afecto por la vida, se vuelven antorcha que agiganta la luz que hace visible la sombra de la melancolía.

Las gozamos más los provincianos, con la alegría casi pura para detectar rastros románticos, los que nos salvamos del encanto falso del consumismo que atrapa en el aire las fantasías y les impide fluir.

Los viejos debemos ser motivo de siembra, estancia de luces, misión de felicidad, a veces contra el rigor de la decrepitud, con una existencia prematura ante la novedad próxima del infinito. 

(Y, en lo posible, “no dar guerra”).

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