A los viejos –si queremos- nos esperan los hechos más importantes, los que tienen una reserva de sol y mariposas para nutrirse de esperanza, los que son el reflejo y la compensación del compromiso que construimos para justificar la vida.
Estamos arropados por las velas abiertas de una ilusión que se nutre airosa del soporte de los años, de una verdad lógica dotada de saberes, de una actitud generosa que tiene puesta la mirada en persistir, para culminar los días con dignidad, darnos valor y esmerarnos en la evolución final.
Porque cuando tenemos un sueño añejo pendiente, bajan alegres las escalas buenas del tiempo, suspendidas en el aire azul, para que ascendamos en una evolución senil con un grito de avanzada en el corazón.
Sólo que la misión es levantarnos, dar la batalla, no quejarnos, ni desmoronarnos ante los males normales, anteponiendo el rigor de la disciplina, la intelectualidad y el estudio, para ser íntegros en el aporte de nuestra experiencia.
Será el remate de la epopeya, con la huella de nuestra identidad sellando el camino, mientras llega la nostalgia mayor y nos sienta a la orilla de una mañana dulce, para continuar siendo sombra y remanso en el recuerdo.
(Corolario: La sociedad nos ha hecho creer que somos un cúmulo de frágiles arrugas que se van tejiendo en penas; pero resulta que no y, si caminamos lento, es porque pensamos más y, en nuestros pasos, hay un eco vital de hidalguía: en las grandes civilizaciones éramos parte del Consejo de Ancianos, imprescindibles en las decisiones trascendentales…)