En tres de las últimas elecciones latinoamericanas, Chile, Colombia y Brasil, hemos visto que el resultado electoral refleja una polarización política. En los tres casos se ha debido ir a segunda vuelta electoral y el resultado ha sido no sólo apretado entre los dos candidatos, sino que ha reflejado bandos políticos claramente diferenciados, aunque en cada uno de ellos no hay fuerzas ni posiciones homogéneas. Pero la pregunta es si eso debe ser una preocupación especial o por el contrario es el reflejo de democracias vivas y actuantes.
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Todo indica que pese a entenderse lo normal en las democracias de las polarizaciones políticas, no deja de preocupar a muchas personas. Debemos ver la polarización política como algo normal dentro de una democracia, siempre y cuando ello no devenga en uso de las vías de hecho y de la violencia para tratar de imponer una mirada determinada sobre la sociedad o determinados problemas, es decir que no se transforme en expresión de fundamentalismo, entendido, como lo señala José Luis Cebrián como “…todo aquel que entiende que existe una única manera de ser, y una única manera de hacer para una única manera de pensar.”
Si mencionamos la polarización generalmente hablamos de posiciones políticas enfrentadas y distantes en relación con varios temas, pese a que en cada caso pareciera haber un tema predominante de controversia. En Chile era el tema de la nueva propuesta de Constitución política que finalmente se decidió a favor de los opositores a la misma. En Brasil pareciera ser el tema de la Amazonía y su uso o protección como un recurso estratégico para el desarrollo y para la humanidad. En Colombia podría ser las políticas públicas para buscar terminar con la persistente violencia, así como el tema de la transición energética.
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Cuando nos referimos a la polarización, también pareciera que se está tratando de buscar la terminación de los conflictos. Si eso es así, hay una gran equivocación. Porque evidentemente los conflictos son consustanciales con la idea misma de democracia, en la medida en que expresan diferentes expectativas de grupos o sectores sociales, distintas miradas acerca del futuro de la sociedad y del rol que debe o puede jugar el Estado y el mercado, en fin, la diversidad de puntos de vista. El problema, entonces, no está en la llamada polarización, ni en la existencia de conflictos; el problema radica en que todos los actores acepten que de ninguna manera es válido el uso de la violencia, ni las vías de hecho para tratar de conseguir determinados objetivos, porque allí sí se estaría poniendo en cuestión el principio fundamental de la democracia que radica en que los particulares no acuden a las vías de hecho y/o la violencia por cuanto se acepta que las instituciones estatales son las encargadas de tener el monopolio de la coerción física y en esa medida actuar como ’tercer sujeto social’, capaz de regular los conflictos y contratos sociales y que el Estado tenga la capacidad de hacer cumplir y eventualmente sancionar a los que infrinjan las reglas de juego.
La preocupación no debería radicar si existe polarización política en una sociedad, sino en que haya reglas de juego y mecanismos institucionales que hagan realidad la vigencia de las mismas, para que, bajo ninguna circunstancia, ni con ningún pretexto se acepte que es válido a peor aún legítimo, acudir a las vías de hecho y a la violencia o a la incitación a las mismas.
La polarización, puede ser una forma de expresarse la oposición política –por más radical que parezca por momentos- y de ejercer la misma forma de control político necesarias en una democracia.
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