El presidente Iván Duque no comunica. No porque sea un mal comunicador sino porque pareciera no interesarle informarle al país sobre sus acciones y decisiones. El espacio se lo deja libre a sus contradictores, que se dan con ello un verdadero festín, copando con sus versiones la presentación e interpretación de la acción gubernamental que reciben los ciudadanos.
Y la verdad, es que el balance de la gestión del gobierno en año y medio, es de luces y sombras. Para empezar, las relaciones del Ejecutivo con el Congreso han sido respetuosas y algo bien importante e inédito entre nosotros, libres de la inmoral y antidemocrática mermelada. Le han derrotado pero también le han aprobados leyes importantes; le han hecho debates fortísimos de control político, como tiene que ser y hasta le tumbaron un ministro, por errático y mentiroso. Lo normal en una democracia y en la dialéctica de las ramas del poder público es que se gane y se pierda; nada más nocivo que el unanimismo que en muchos casos es la antesala del autoritarismo.
Y algo más para abonarle en esta misma línea de comportamiento democrático y decente del gobierno: En las recientes elecciones, el gobierno cumplió con eficacia y claro talante democrático su obligación constitucional, sistemáticamente olvidada/violada por los gobiernos anteriores, de garantizar elecciones limpias, respetando la libertad del elector, sin intervenir, sin aprovechar el poder y el presupuesto gubernamental; su imparcialidad fue ejemplar.
Pero ni siquiera estos significativos avances en temas tan sensibles ha sido capaz de cacarearlos la Casa de Nariño; sobra decir que al respecto el silencio de la oposición es total. Estos logros que implican un cambio político que no es cosmético, le han costado ser cuestionado hasta por su propio partido, el Centro Democrático, algunos de cuyos miembros se han atrevido a endilgarle la derrota electoral por no ?haber metido mano? en favor de sus candidatos, a semejanza de lo acostumbrado por la dupleta Santos- Vargas Lleras.
Algo semejante sucede con la materialización de los Acuerdos de Paz, que claramente Duque ni quiere ni podría ?volver trizas?. El gobierno valora la importancia de lo definido en La Habana para enfrentar el enorme atraso rural, pero lo ha hecho de una manera pragmática, reconociendo que no es solo un asunto urgente para el país sino que se trata de un compromiso del Estado que debe ser abordado de manera seria y con el respaldo presupuestal necesario, actuando in alharaca y buscando la máxima eficiencia administrativa; su posición al respecto es clara, más administración y menos discursos. Además le da toda la importancia en sus prioridades, al colocar su ejecución bajo el paraguas de la consolidación de la legalidad y la presencia y acción gubernamental en el territorio, pues considera que la terminación del conflicto, es una expresión central de la consolidación de esa legalidad, propósito central de su gobierno.
El responsable de estos asuntos, Emilio Archila, se ha concentrado, como tenía que ser, en los 170 municipios priorizados por su pobreza e impacto en ellos de la violencia vivida, y lo ha hecho con una hoja de ruta o carta de navegación establecida para la ejecución de los planes de desarrollo con enfoque territorial (PDET) , que ordene lo referente a la acción de las entidades con responsabilidades específicas, así como su financiación y ejecución con las comunidades, los gobiernos municipales, las iniciativas empresariales y de la cooperación internacional. El propósito es claro y plenamente ajustado a lo acordado pero no ha sido comunicado, el país no lo conoce y parecería que poco le importa, pues sus intereses son ya otros.
Muy recién posesionado el Presidente dio una esperanzadora señal de política y de estrategia de comunicación que resultó fallida cuando, como respuesta al referendo anticorrupción y su abrumadora votación, convocó de inmediato a todas las fuerzas políticas, incluido el Partido Farc. Advirtió entonces el Presidente Duque, tomando distancia del jefe de su partido, el senador Uribe, que había votado a favor del Referendo y que se comprometía a desarrollarlo. Fue una actuación oportuna y con gran fuerza comunicativa, pero de ahí no pasó y el Presidente perdió una buenísima oportunidad para marcar un estilo de gobernar efectivo y acorde con sus planteamientos y compromisos de campaña; la tarea quedó a medias por falta del necesario liderazgo del Presidente y de su gobierno.
El comportamiento presidencial en la actual coyuntura es bien preocupante, pues olvida o no valora la importancia política de tener a los ciudadanos informados. Porque, y no está de más repetirlo, en una democracia seria, gobernar es comunicar.