Entre las buenas noticias que hemos recibido los colombianos, acostumbrados a la mala leche de algunos compatriotas, que quieren regresar a las épocas de los pájaros, las guerrillas, los combates y los ataques a la autoridad, está la posible resurrección de los ferrocarriles, otra de las víctimas de la rapiña de ladrones de cuello blanco, que por culpa de la distribución de los bienes estatales entre grupos políticos, ocuparon la gerencia de empresas que desaparecieron.
A mí la noticia me emociona, por dos razones fundamentales. En primer lugar porque mi abuelo, el capitán José Manuel Pérez Varela, barranquillero, ingeniero y capitán de barco, fue uno de los constructores del viejo ferrocarril de la Sabana, que llevaba gentes y mercancías de Bogotá al Tolima y Huila, y en segundo lugar porque considero, humildemente, que el país necesita un tren que mueva la economía nacional, como ocurre en naciones desarrolladas, como Alemania, Suiza y Estados Unidos.
No tengo ningún interés personal en el tren, aparte de que estimo que se necesita rehabilitar los nuestros, pues hoy en día se mueven a más de 300 kilómetros por hora, con la ventaja adicional de que pueden transportar inmensas cargas de todo tipo, incluyendo pasajeros, combustibles y contenedores, sirviendo además de conexión entre los puertos marítimos y el interior. En Estados Unidos, que debe su desarrollo al tren, es posible viajar en uno de ellos, de costa a costa, y es famoso el Expreso de Oriente, que va desde Moscú hasta la costa del Pacífico, atravesando Rusia de occidente a oriente, cubriendo miles de kilómetros.
En Suiza tuve la oportunidad de ver algo que en Colombia sería importantísimo: el automóvil se puede enviar de ciudad a ciudad, despejando las carreteras y llevando a sus propietarios, que viajan descansados y pueden reclamar sus vehículos al llegar a su destino. Es como si se pudiera enviar el automóvil, por tren, de Bogotá a Cartagena, de Cúcuta a Barranquilla, o de Cali a Santa Marta.
Si tuviéramos tren, uno de los cuales puede cargar más que 30 camiones, no tendría importancia la huelga de pilotos, ni la de camioneros: el tren los reemplazaría con eficiencia y gran capacidad. Eso ocurre, por ejemplo, en Alemania, donde se puede viajar de un extremo a otro del país con su automóvil y su equipaje.
Hoy se puede viajar de Londres a Paría en trenes velocísimos y cómodos.
Aquí, infortunadamente, quedamos en manos de unos transportadores que hacen lo que les viene en gana. Fijan precios, condiciones y no se han mejorado las vías, en las que se puede transitar sino a la vertiginosa velocidad de 20 kilómetros por hora: tan rápido como una tortuga.
En inmensos patios están abandonadas las locomotoras y los vagones. Solo funciona un viejo tren turístico, que transporta a unos pocos pasajeros. En la costa hay un tren de carga que sufrió varios atentados terroristas. El tren a Santa Marta se acabó y solo suspiros arranca a los viejos que, como yo, tenemos buena memoria. ¿Y qué tal un tren de Bogotá a Cúcuta o de esta ciudad a Medellín? Sería fuente de empleo y solución a los problemas de la frontera. Pero creo que hay intereses que no quieren que eso pase. GPT