Qué grato escuchar la conversación silenciosa del universo amaneciendo: es como si contara su despertar en las alas raudas de los pájaros, en los susurros de las hojas, o en la quietud máxima de todo.
Son anuncios de jornadas de vida que se inician en la pureza azul de un mundo esplendoroso, cultivando su huerto de nostalgias, dejando en el recuerdo semillas gratas de ilusiones, en armonía con los misterios.
La cosecha se recoge en el viento, en el retrato de luz que insiste en la infancia del alma y repasa historias, que seduce los sentimientos bajo el eco de un poema sublime y se vuelve manantial de sueños.
El escenario es de hermosura estética, conmovedora: los pasos ancianos de caminantes tempranos (incluidos los míos), el horizonte atrayente, el café humeando, la música –musa de las emociones-, el romance del tiempo con la luna y el sol, las viejas raíces del amor brotando, en fin, una romanza del pensamiento con el murmullo airoso de las cosas sencillas.
¿Cuesta tan poquito ser capitán de una aventura nueva cada día? Sí. Y no se necesita ser rico, ni poderoso, sólo blandir versos en lugar de rencores y tejer sueños en vez de contar posesiones.
Súbitamente emerge un nuevo personaje, el yo mismo, el amigo alterno, el que comparte los secretos y acude a la cita con la aurora: ¡ya hay otro paseante en el camino soñando ser libre! Se unen a ellos los colores, que van a sentarse en el corazón, a ocupar su propio lugar.
