¿Qué clase de persona necesitamos ser? Sólo el eco del alma nos lo dirá -con esa voz que transfiere la sabiduría apropiada-, para acertar en la justificación de las propias razones de existir.
Cada uno de nosotros debe responder a esa exigencia desde su libertad, tejer juiciosamente los hilos de su historia, arraigar el concepto de privacidad y dotar de dignidad sus principios individuales.
Se trata de asumir el gran reto por la identidad, de afianzar nuestra esencia, hasta convertirla en la mejor aliada de una conducta que nos permita saber a dónde vamos y cómo comportarnos, sin perder la autonomía de la vida.
Y asumir, con prudencia e hidalguía íntimas, la necesidad de actuar de acuerdo con la consciencia de ser uno en sí mismo, leal al respeto de su autenticidad, a una verdad que corresponda a la exacta dimensión de su personalidad.
¿Saber?, ¿Hacer?,¿Esperar? Qué laberinto: para superarlo, sólo nos queda rescatar el ciclo de nuestros sueños genuinos, recuperar los principios tutelares e, indudablemente, refrescar cada día nuestro peregrinaje vital.
Así, de la madeja del viento se van desprendiendo aquellas hebras finas que trenza el tiempo -en su vieja rueca- y se reflejan en el encanto de ennoblecer las ilusiones de la raza humana.
Corolario: Somos más que un encuentro casual con el destino, un propósito racional, la evidencia de que las leyes de la naturaleza son el camino que la espiritualidad propone para asomarnos a la eternidad.