Tiene que ser muy linda España, porque su guitarra así lo cuenta en cada dejo árabe maravilloso y en su romanticismo, sin igual, que semeja un sueño rondando por esa nostalgia, tan española, que surge de las cuerdas clásicas y parece no necesitar palabras para cantarla.
Granada, de Albeniz, se vuelve una gracia entre los acordes y uno se explica -sin conocerla-, porqué es magia y emoción, al mismo tiempo, y cómo relata en sus arpegios con notas fascinantes la historia de una ciudad de fantasía.
O Capricho Árabe, de Tarrega, sutil como una espera latente, cadenciosa y sensible, como génesis de auroras o crepúsculos, para entrelazar las manos y tejer una apetencia de melodías moriscas.
O la guitarra flamenca, que enciende el anhelo de ese baile de cantaores y gitanas, con una pasión sensual que trasmite la sangre en una vivencia de tacones, castañuelas y saraos, o de noches de luna y de zarzuela.
España es música y leyenda, huellas de luz, tardes de toros, literatura, pasos reales, romerías, cantares de gesta y brisas mediterráneas en la majestad del recuerdo que sonríe ante tantos siglos de esplendor.
La guitarra española es el mundo en cuerdas, una voz ancestral de las maderas celtas, en inspiraciones surgidas del cofre sonoro de la belleza, amplificada desde la armonía de su perfecto cuerpo de mujer.
El principio del alma se alarga en sonidos para que el corazón los moldee en armonía y los haga ascender hacia una ensoñación española.