Colombia no se escapa de dirigentes sumidos en la confusión por la propia distracción en que han caído. Porque carecen de sensibilidad, de lucidez y de conciencia frente a la realidad nacional. Porque menosprecian la vida y privilegian el aniquilamiento como soporte existencial. Su cotidiana travesía está marcada por un laberinto alargado en el tiempo, del cual prefieren no salir, pues es una estrechez que no les incomoda.
Aferrados a ese desvío los colombianos que toman semejante rumbo parecieran no importarles los problemas que día tras día se acumulan y ensanchan la brecha de la adversidad con sus efectos desastrosos en forma generalizada en la comunidad de la nación. Ellos son los responsables del lacerante flagelo de la corrupción. Son sus beneficiarios y cómplices de un mal consentido a pesar del reconocimiento del colapso que representa.
También estimulan la violencia con todas sus formas de atrocidad. Esa violencia de exterminio de líderes sociales, excombatientes de la guerrilla, defensores de derechos humanos y de la paz, ambientalistas activos. O la violencia que lleva a la desaparición forzada, o impone la extorsión y propicia el secuestro. O la de las ejecuciones extrajudiciales. O la de las masacres y también la ejercida contra los indígenas y los afros. O la que le roba la tierra a los campesinos y los lanza al desarraigo o al camino del éxodo. Una violencia a la cual no se le da un tratamiento de solución.
La respuesta del ministro de la defensa es responsabilizar al gobierno de Venezuela, ordenar el aumento del pie de fuerza y ofrecer millonarios pagos a quienes suministren información sobre presuntos responsables de los actos criminales. En el caso de los recursos hay versiones que ponen en duda su utilidad debido a que no siempre tienen un manejo transparente.
Gobernar desde ese laberinto tiene consecuencias devastadoras. No permite acertar en las soluciones que son prioritarias. Todo se hace a medias, aunque la propaganda oficial haga creer que los subsidios asistencialistas son suficientes frente a problemas crónicos que han alcanzado una profundidad abismal.
Como las políticas del gobierno son débiles, los desajustes de la nación son cada vez mayores. En salud y educación las cosas no son como las pintan. Tampoco hay énfasis suficiente para la erradicación de la corrupción y los escándalos no paran. Además, se pretende justificar actos que configuran delitos. Es una desfachatez que lesiona la conducta de los servidores públicos.
Amarrada la nación a esa suma de desatinos, de gestiones erráticas, se pone en evidencia la necesidad de un viraje de profundidad. No se puede seguir alargando la cadena de tantos laberintos en que han caído quienes tienen el manejo de la nación. A los colombianos les conviene entrar en una nueva travesía que lleve el país a una dimensión democrática efectiva, libre de narrativas que buscan intimidar para que nada cambie.
Puntada
La cura del odio es la fraternidad con calidez humana.
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