Entre los analistas políticos, periodistas y columnistas de Latinoamérica y España ha venido creciendo el temor ante el denominado eje ‘Havana-Caracas-México’, haciendo alusión a la complicidad que se podría generar entre el reciente gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y las dictaduras de izquierda en Cuba y Venezuela respectivamente. Muchos temen que en México se presente un contagio de políticas perjudiciales para la economía y el desarrollo, incluso con presagios de crisis humanitaria al igual que en los países mencionados.
Estos miedos carecen de una razón de ser si se analiza con seriedad el ejercicio del poder que ha hecho AMLO durante el mes y medio que lleva su gobierno. Según lo veo yo, el oriundo de Tabasco tiene una cercanía ideológica con su homólogo y también nuevo en el cargo, el brasileño Jair Messias Bolsonaro. No sólo comparten el aire mesiánico y un discurso entitled sobre su lugar en el poder.
AMLO tiene un poco más de derecha de lo que tanto sus seguidores como sus opositores quisieran creer. López Obrador entró a gobernar reduciendo el presupuesto de organismos autónomos y forzando una concentración de los poderes del Estado en el ejecutivo (rechazó la creación de una Fiscalía General de Justicia autónoma), un movimiento típico de los gobiernos de derecha; arrancó recortando el presupuesto de cultura y aumentando los de seguridad y defensa, los cuales no son elementos típicos de la izquierda o el neosocialismo, sino de la orilla contraria. Además, le incumplió a un sector de la sociedad civil que lo apoyó durante la contienda electoral: los que anhelaban un gobierno con prácticas de parlamento abierto.
Tampoco se puede olvidar la pretensión totalitarista de controlar la moral de los mexicanos, que tiene López Obrador en la actualidad. AMLO quiere repartir una cartilla sobre la familia, la moral y el amor a la patria entre los 8,5 millones de beneficiarios de programas sociales. Este es un objetivo peligroso si tenemos en cuenta que a la política y a los funcionarios del Estado les corresponde velar por el cumplimiento de las leyes y por establecer parámetros mínimos de convivencia para mantener el orden, únicamente en términos legales, más no en temas religiosos o morales.
Entonces no se entiende el pánico ante una serie de medidas de austeridad, como si esta fuese un sinónimo de socialismo. Pensar en las necesidades de la población (una donde la mitad de los ciudadanos viven en condiciones de pobreza) antes que en los privilegios de políticos y legisladores es racionalidad y buen gobierno.
Tampoco es válido pensar que combatir la pobreza y la desigualdad conlleva necesariamente cierres y expropiaciones. AMLO le abrió la puerta a la inversión privada en hidrocarburos y ha trabajado duro en la lucha contra el robo de combustible.
Es cierto que el triunfo de AMLO es fruto de una coalición izquierdista (Juntos Haremos Historia), sin embargo, en el ejercicio de su cargo se ha mostrado más derechairo que chairo. Equipararlo con Hugo Chávez o Nicolás Maduro deja ver una falta de análisis de aspectos más profundos del gobierno de López Obrador.
La política no son sólo reformas, también es ideología y discurso, por lo que no se puede ignorar la postura que en materia de derechos sociales ha mantenido AMLO, quien en el pasado no dio ni un paso adelante por impulsar la agenda de la legalización del aborto que estaba adelantando la izquierda en ciudad de México (donde López Obrador fue alcalde).
Cuando de política exterior se trata, AMLO también es criticado, pero creo que hay más que ver. El pragmatismo y la diplomacia de López Obrador no deben confundirse con apoyo hacia el gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro, ya que el Presidente mexicano ha mantenido la misma postura (silencio) ante los ataques de Donald Trump contra el pueblo mexicano, como frente a las decisiones de Maduro en Venezuela.
El líder del Movimiento de Regeneración Nacional es sin duda un mandatario que resalta, pero no por pretensiones neosocialistas, sino por algunos de sus pensamientos que están más ligados al conservadurismo de Bolsonaro en Brasil que a la ‘revolución’ de Maduro en Venezuela.