El tiempo ahora es menos condescendiente: es su reacción ante la inconsciencia humana; así, propone un callejón sin salida intelectual, ni espiritual, cada vez más estrecho, como en una adivinanza que no posee hilos ciertos, sino ecos vacíos que repican confusión.

Eso significa que es más difícil superar los absurdos del mundo, por lo cual debe hacerse el mejor intento por estampar una pregunta trascendente cada día, asomarnos a la eternidad e intentar crecer en hidalguía, ser cada uno en sí mismo, en su propia verdad, pertenecer a la masa buena, pensar correctamente y percatarse de que nadie entorpezca el camino.

Porque la grandeza del ser humano se fundamenta en su identidad, en ser consecuente con el don de pensar, y en la majestuosidad de un criterio fortalecido en el estudio y el desarrollo del talento.

Si uno se esmera, su sueño aparecerá para salir de la fragua en forma de ilusión mezclada de pasado, de presente y de futuro, para traspasar esta torpeza sorda de vivir, de la cual debe blindarse. 

Es una misión mantener la marcha, ascender en dignidad y optimizar la confianza en una humanidad que requiere recuperar la memoria cultural, que necesita de quijotes con responsabilidades redentoras.

De manera que la alternativa está en el ajuste de las perspectivas sociales, porque hay que arraigar competencias humanistas más juiciosas, generosas, fundamentadas en la solemnidad de lo sencillo.