Tumbar un árbol. Robarse un libro. Pegarle a un niño. Así podría parafrasearse-desvirtuarse la cita atribuida al poeta y héroe cubano José Martí, donde se asevera que toda persona debería sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Ignoro dónde fue consignada dicha sentencia, pero sí se puede decir que la soltó en el último tercio del siglo XIX, cuando sembrar un árbol no tenía las implicaciones que podría tener hoy.
Sembrar un árbol en Cuba en esa época sería loable, dadas los inmensos terrenos que fueron destinados décadas antes para el cultivo de la caña de azúcar. Pero a esas alturas de la humanidad ni de la isla, nadie pensaría que se trataba de un acto para salvar vidas y hasta un planeta.
Según la FAO en las últimas dos décadas se han devastado cerca de 180 millones de hectáreas de bosques, cifra que no nos cabe en la cabeza si no se compara con algo palpable. Por ejemplo, sería el área de algo más de 16 Cubas (incluyendo Guantánamo y sus secretos). Otro dato: según los bosques que aún quedan –y si este fuera un mundo equitativo– le correspondería a cada habitante 0,52 hectáreas, un paraíso más pequeño que un campo de fútbol.
Robarse un libro. Ya se había tocado este tema hace unos meses, pero valga agregar que habrá quien robe libros y no los lea, y quien rechace leerlos porque le roban tiempo al teléfono móvil. Eso de escribir un libro como un deber, como algo que debería hacerse “antes de morir”, como dicen algunos hacedores de listas, es un listón muy difícil de lograr.
Escribirlo, ya sea de ficción, ensayo, biografía y todas las hibridaciones posibles, ya de por sí implica una gran dificultad. Y qué decir de poderlo publicar. Habrá tantos manuscritos en los cajones como árboles en los bosques, que entre otras cosas se talan para hacer libros. Ya me dirá alguien, pero son bosques sostenibles. Bueno sí, se renuevan y sostienen a mucha gente, entre otros, a no muchos escritores. Y así hoy sea muy fácil autopublicarse (cosa que le molestaba tanto a las editoriales, que los más grandes conglomerados han montado sus plataformas de autoedición), el camino de encontrar lectores no lo es, por que un libro sin lector es como un lector sin libro.
Por otra parte, se calcula que hasta 1000 millones de niños en todo el mundo han sido agredidos de manera física o emocional, o fueron objeto de abusos sexuales o abandono en el último año, según los calculadores que lo calculan todo. Uno se pone a hacer cómputos (otra vez): ¿mil millones de niños? Todas esas criaturas puestas en fila, juntitas, quietitas, pues las podríamos acomodar en 160 hileras de 1.250 kilómetros, a lo largo de Cuba, unidad de medida de esta columna.
Pegarle un niño un coscorrón, una nalgada, con todo lo vil que pueda llegar a ser, se queda corto ante el maltrato sostenido, a la explotación laboral, la trata o al comercio sexual, prácticas que están lejos de poder ser controladas. Hay mucho blablablá y “agendas” de la OMS y otros organismos, pero si la desigualdad, la deseducación y el hambre siguen talando vidas como una motosierra, es imparable.
A ese ritmo –aunque se estén haciendo esfuerzos no suficientes– estas tres virtudes harán de las suyas en pocos años. No habrá pulpa de celulosa para hacer libros robables, ni ganas de procrear bajo el bosquecito de un solo árbol que nos toque en suerte.
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