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Un colegio para Lucca
Los tiempos cambian. En mi época, no recibían en la escuela niños menores de siete años.
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Jueves, 12 de Enero de 2023

Se me olvidó ser papá. Quiero decir, papá de salir a buscar colegio para sus hijos. De madrugar a hacer cola en las puertas de algún “buen colegio” en busca de un cupo “para mi niño”. Hace ya tantos años que mis hijos fueron al colegio, que olvidé la desilusión  de llegar  y encontrar un aviso escrito en cartulina con crayones negros: “No hay cupos. No insista”. Se me olvidó que uno de los crueles viacrucis de enero es correr de colegio en colegio para ver en dónde es que cumplen lo prometido por el gobierno de “educación gratuita para todos”.


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Lo había olvidado. Hasta este año, en que mi hija Diana dio la voz de alarma: “Este año toca buscarle colegio a Lucca”. Lucca es su hijo. Mi nieto menor, de apenas dos años. Y ya al colegio. No puede ser.

Los tiempos cambian. En mi época, no recibían en la escuela niños menores de siete años. Se suponía –y algunos seguimos suponiendo-, que en los primeros años la educación corre por cuenta de los papás, de la formación hogareña, que se trata de formar en el niño valores morales y espirituales más que de conocimientos. Que en lugar de aprender a saludar en inglés a los dos años, el niño aprenda a respetar a la mamá y al papá, y a amar a Dios y a hacer el bien, y a querer a los animales y a convivir sanamente con la naturaleza.

Eso era antes. Ahora, en que la educación es un negocio más, casi que obligan a los padres a enviar a sus hijos recién nacidos al colegio para que se inicien desde temprano en el mundo de la ciencia, los conocimientos globales y las técnicas de la vida moderna, sin detenernos en la formación integral de la persona. Por eso andamos como andamos. Por eso la autoridad se vino abajo. ¿Saben los niños de ahora lo que es Urbanidad y Civismo? ¿Y saben lo que es patria y amor a la patria?

El mundo moderno acabó con las sanas costumbres de antes, sumado todo a la velocidad con que avanzan las comunicaciones de hoy. Yo fui a la escuela con una pizarra. Lucca, mi nieto, irá con celular. Yo llevaba la cartilla “La alegría de leer”, Lucca llevará una Tablet. Yo llegué a los 7 años. Lucca llegará a los 2. Mi mamá me esperaba todos los días a la salida de la escuela y me llevaba de la mano a casa. La mamá de Lucca –mi hija-, no puede ir a esperarlo porque también debe trabajar. Es el mundo moderno. Un mundo que no da espera porque gira y gira como un trompo loco.


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Nadie me lo pregunta, y seguramente mi voz también clame en el desierto, pero me gustaría para Lucca un colegio, como los colegios donde estudiaron mis hijos, de formación cristiana, donde se encomienden a Dios todas las actividades del día: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Un colegio donde enseñen a venerar a la Virgen María, nuestra madre celestial.

Un colegio donde se aprenda a respetar a los mayores, a las autoridades, a la mujer, a los compañeros, a los animales, a la naturaleza, a la patria.

Un colegio de donde al regresar todos los días, Lucca siga pidiendo la bendición, como lo hace ahora, juntando las manitas y él mismo prodigando bendiciones.

Un colegio donde, antes que las tablas de multiplicar, aprenda las de  sumar porque dando es como se recibe.  Ese es el colegio que quiero para Lucca.           

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