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Un legado apreciable
Me acostumbré a su estimulante presencia; sentía una enorme energía estar a su lado reflexionando sobre los distintos temas que se asomaban; su saludo siempre iba acompañado de una pregunta preliminar.
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Viernes, 4 de Agosto de 2023

La partida definitiva de Malcolm Deas nos ha dolido bastante; no solo por el significado de su portentosa personalidad, sino por todo lo que supo entregarle al país en sus análisis como historiador.

Este profesor e investigador de la universidad de Oxford, una de las más importantes del mundo, llegó a Colombia en 1963, y de inmediato se conectó con el país, con su mundo académico y con los hechos que han rodeado nuestra historia. A partir de ese momento comenzó a frecuentar bibliotecas, a producir encuentros con intelectuales para reflexionar sobre sus lecturas, y a compartir sus métodos de investigación con todos aquellos a quienes se acercaba.

Ese compromiso que adquirió con el país, lo llevó a tomar la decisión de establecer un tiempo compartido, para estar una parte del año en su universidad, y otra en Bogotá, convirtiendo su apartamento aquí en segundo hogar, y en sede de los mas elevados encuentros con el mundo académico, para debatir los grandes episodios de ha historia nacional.

Malcolm era un hombre sencillo, demasiado pragmático; iba siempre al meollo del asunto, y cuando instalaba la charla, lo primero que hacía era asomar un tema, para inmediatamente comenzar un bombardeo de preguntas, que siempre seleccionaba cuidadosamente. Oía con mucha atención; tomaba notas, y cuando el diálogo estaba a punto de concluir, expedía sus conclusiones y juicios.

Me acostumbré a su estimulante presencia; sentía una enorme energía estar a su lado reflexionando sobre los distintos temas que se asomaban; su saludo siempre iba acompañado de una pregunta preliminar: “¿qué me traes?” dirigiendo de inmediato su mirada a lo que llevaba en las manos. Procedía a entregarle los textos que le había preparado y de inmediato comenzaba el examen, en donde iba impartiendo opiniones, sin retirar un instante la mirada. Era tal el cúmulo de comentarios, que parecía que ya todo lo hubiera leído, o que todo lo conocía.

Cuando llegaba el momento de la despedida, siempre iba acompañada de peticiones sobre las búsquedas bibliográficas que requería, y agregaba “estaré en Colombia hasta…” para precisar con claridad el tiempo en el cual era posible desarrollar los temas de la conversación.

Casi siempre íbamos a almorzar; decía que aquí se comía mejor que en Londres y solía consumir íntegramente lo que pedía. Su humor era muy fino, y no solía ser duro en la crítica; sabía muy bien a quien se debía acercar, o a quien guardar distancia; o simplemente ignorar. Cuando se le asomaba un comentario que no le agradaba, simplemente cambiaba de tema.

Nos queda su legado inmenso: 60 años examinando la historia de Colombia, con un testimonio escrito que en verdad es uno de los mayores aportes a la historiografía nacional en los últimos tiempos. En la última despedida que tuvimos me dijo “¿Y para cuando la cátedra de historia?”. 

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