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Un milagro del pesebre
La persona favorecida con el prodigio que, según ella, se le consumó tras armar el pesebre durante siete años seguidos, como es lo mandado por la creencia y la tradición, fue doña “Mira”.
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Lunes, 13 de Diciembre de 2021

Muchos años antes de que apareciera Papá Noel recibiendo carticas de los niños en que le piden los regalos del 24 de diciembre o día de Navidad, ya existía la misma tradición, pero en términos cristianos y no en términos comerciales. El Niño Jesús trabaja solo, a través de lo que las personas que por fortuna tenemos fe, llamamos milagros. 

La persona favorecida con el prodigio que, según ella, se le consumó tras armar el pesebre durante siete años seguidos, como es lo mandado por la creencia y la tradición, fue doña “Mira”. Ella, además de su devoción a Jesús Eucaristía, y como tal, miembro de la congregación de Adoradoras del Santísimo, era también hincha del Niño del pesebre.

La Navidad  le significaba lo más sagrado, la fiesta más querida y esperada. Todos los años preparaba el pesebre, al estilo de aquellas épocas, con abundante musgo, lagos con blancos patos – aunque a veces sus pelados metían patos rojos o azules -, senderos de aserrín, casitas primorosas y paisajes hermosos. Su pesebre era el más lindo de la parroquia.

José y María ocupaban un rancho de ramas; encima brillaba la estrella confeccionada con papel plateado. ¿La cuna del Niño Jesús? Un montoncito de pobres y humildes pajas, como decía la oración. Pues justamente, sobre aquellas pajas había que poner la carta con las peticiones una vez naciera el Redentor.

La buena mujer pensó y redactó las peticiones durante la novena de aguinaldos. Le angustiaba que siempre habían vivido en arrendamiento y que la familia era ya numerosa. Por tanto, trazó en el papel una casa, y pensando en una futura ampliación pintó una pared lateral. Dobló el papel y lo tuvo listo para depositarlo debajo del propio Niño Jesús cuando colocara su figurita allí, a la media noche del 24. Esa carta, bastante alocada y pretenciosa por las circunstancias económicas del momento, tenía, sin embargo, una fuerza poderosa, la fuerza de la fe. 

Pasaron las festividades y siguió el curso del tiempo y la rutina de la vida diaria sin ningún cambio en la situación económica del hogar. Sin embargo, a mediados de año, el esposo de Mira fue mejorado mediante un cargo de carácter nacional y el arrendador propietario se les apareció de súbito para anunciarles que necesitaba vender la casa pronto. Y que no la vendería a otro sino a ellos. En cuanto al pago, les ofreció todas las ventajas y consideraciones. Comprada la casa, aquel dibujo de una pared lateral se convirtió no muy tarde en la ampliación soñada. 

Mira contó toda su vida este milagro, y recomendó hacer el pesebre, rezar la novena de aguinaldos con mucha devoción, y pedirle al Niño Jesús con fe, pues Él, al verse tan honrado, le hará realidad al peticionario cualquier proyecto, aun aquellos que parecieran fuera de toda posibilidad. 

“Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”, prometió el Niño Jesús. A doña Mira le cumplió.

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