Los anacrónicos (quienes estamos fuera de contexto en el tiempo que vivimos), aprendemos la opción de inventar, e imaginar, escenarios deliciosos para una retaguardia bonita del romanticismo.
El anacronismo ha sido vital en el intento de superar mi ignorancia, para cumplir con el presente y, en paralelo, generar mi versión regresiva -con la creatividad al revés- dando un paso adelante y dos atrás.
Ello me ha permitido crear un mundo ideal, al menos en el pensamiento, con las condiciones arcaicas que anhelo, y me rondan aún, con una intuición espiritual vigente en los recuerdos escondidos.
En mi desfase cronológico hay una esperanza antigua, exquisita, latente, secreta, pendiente por aflorar en las tradiciones, la cultura, el lenguaje, la música, el arte, en fin, en aquellos valores que me hacen, sin duda, ser más soñador, así como los personajes de la literatura, o las fuentes de la historia, o la magia de la música y mis amigos imaginarios.
Entonces puedo esconderme y disfrutar mi soledad, que es tan anacrónica y absoluta como yo, para protegerme de la modernidad con sustantivos y adjetivos ingenuos, con modales y costumbres, tan viejas, como las evidencias bellas de la intimidad y los sentimientos.
En mi dimensión emergente diluyo las inconsistencias de la vida y despliego alternativas para compensar el desajuste con las personas, los sucesos, o las cosas: todo para ir a buscar mi esencia.