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Una plana por la ciudad
Es imaginar una ciudad de lo pequeño a lo grande, de lo cercano a lo lejano, para equilibrar un referente de autenticidad. 
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Domingo, 25 de Octubre de 2020

Se ha perdido el encanto que tenía la cartilla para estudiar lo afectivo, el niño, la casa, la persona, la sensación de barrio, en fin, aquella naturalidad que dejaba madurar e interpretar -en el propio escenario- los signos de las épocas, para sembrar valores en la consciencia ciudadana.

La lección era que, una vez estructurado cada ciclo, valía la pena ampliar y delimitar las cosas interesantes, observar los impactos, desglosarlos, delimitar las inquietudes y construir la disciplina comunitaria, para que se asimilara bien la naciente pedagogía social y se proyectara en beneficios.

Porque las ciudades poseen los atributos de los círculos concéntricos, se van expandiendo –periféricamente- cada vez que en su eje de progreso ocurre alguna transformación, un fenómeno cruza una calle, o una decisión afecta las expectativas que se debieron prever en la planeación. 

Una comuna, por ejemplo, no puede perderse en la debacle de miles de habitantes sin defender su espacio y su tiempo; debe permanecer como un fin en sí misma, dejar de ser el medio para provocar mejoras egoístamente parciales y, lo contrario, convocar al bien común.

Los desarrollos que se generan precisan convertirse en hilos conductores que transfieran una solución de continuidad a los acontecimientos, para articularlos y permitir así que los ciudadanos se posesionen -y se posicionen- en un protagonismo de los procesos de cambio.

Es imaginar una ciudad de lo pequeño a lo grande, de lo cercano a lo lejano, para equilibrar un referente de autenticidad. (Y todo comienza en una cartilla de barrio).

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