El colapso de los partidos políticos tradicionales en Colombia es un hecho consumado desde antes de entrar en el siglo XXI. Las dos colectividades que han tenido el manejo del poder no consiguieron construir una nación en los doscientos años de la llamada vida republicana con paz y equidad.
El conservatismo se aferró a un orden autoritario y obsoleto, mientras el liberalismo, con principios sociales que buscaban el bienestar colectivo, impulsó reformas de avanzada pero esa apertura renovadora se vio frenada por la oposición de sectores retardatarios abanderados del statu quo, proclives al engaño para hacer aparecer las apariencias como verdades decisivas.
El balance es negativo y la falta de soluciones a los problemas agobiantes es un mal colectivo que no puede negarse. La división clasista de la sociedad ha dado paso al resquebrajamiento generalizado. La imposición de privilegios excluyentes se ha convertido en caldo de cultivo para acentuar la desigualdad, abrirle espacios a la corrupción, degradar la justicia, jalonar la pobreza, restringir los derechos, consentir la violencia en diferentes versiones y disminuirle capacidades a la democracia, cada vez más restringida, así se le presente como modelo continental, en el afán propagandístico de jugar a la distorsión.
Contra ese tejido de crisis abrumadora ha surgido la inconformidad, con paros, actos de protesta social, activistas de primera línea, asociaciones militantes de campesinos, redes informativas que denuncian irregularidades oficiales. Son las manifestaciones que enarbolan la bandera de un cambio de rumbo de la nación, las voces reveladoras de los abusos de poder y de asaltos delictuosos a los recursos públicos a través de contrataciones fraudulentas, a la medida de la intención ilícita de los delincuentes de cuello blanco.
A ese movimiento de opinión, opuesto al mal manejo de la nación se suman las corrientes políticas partidarias de un cambio. Están en el escenario de la puja electoral agrupaciones como El Pacto Histórico y la Coalición de la Esperanza. En uno y otro se alinean vertientes de la izquierda y del centro con propuestas de rompimiento con las políticas que han sumido a Colombia en una crisis que hace tiempo tocó fondo, pero con la cual se alimenta todo un establecimiento que se nutre de las complicidades del Congreso, de los abusos de poder y de la ceguera de los organismos de control. Enhorabuena llega el resurgimiento del Nuevo Liberalismo, también con aire renovador, con sujeción al legado de su fundador Luis Carlos Galán Sarmiento.
Ante los graves problemas que se han acumulado en Colombia, las corrientes de cambio tienen una responsabilidad que las pone a prueba. Tienen que demostrar que son capaces de cumplir lo que prometen y que están más allá de caudillismos ególatras.
Puntada
La conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1821 debe abrirse a la participación de toda la comunidad nortesantandereana.
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