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Una tarde bajita
Se alarga la esperanza de encontrar pétalos desperezándose...
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Lunes, 5 de Agosto de 2019

Si imagináramos la vida como una tarde bajita, con una sombra bonita que revolotea, una plaza de pueblo ingenua con corazón de campanario, o cosas así, la ceniza que frustra los azules del mundo se volvería polen e inundaría los días de colores, para contar en un poema delicioso la gracia de lo simple. 

Es que, a sólo un pensamiento de la meditación –en la sencillez-, están las voces del tiempo, los susurros del campo, las consoladoras caricias del viento que traen, de la mano de la brisa, los ecos radiantes de todo lo natural.

Descienden entonces la magia de trigales, lagos, cascadas, luces, y se alarga la esperanza de encontrar pétalos desperezándose, o trinos de golondrinas pasando de canto en canto por la escala musical de los sueños. 

Vivir debe ser una secuencia de ilusiones, algo así como una posta de felicidades, y congojas, que es necesario disimular entre las punzadas de las espinas y los asomos de ternura de las flores, entre los cantos de los pájaros y el candor de cualquier crepúsculo, en el que al cielo le da por descender por entre las cuerdas colgantes de los duendes.

Cuando las horas humildes se juntan para conversar con las ideas y hacen de los sueños un amparo armonioso, a un recuerdo de distancia, pensamiento y meditación se vuelven bálsamos: así, los sentimientos riegan el jardín de los días, como lo hacen el rocío y la garúa, o un aroma alegre refresca de alegría los años del olvido y deja filtrar aquellos secretos nuevos del tiempo, acurrucados por miedo a las heridas viejas.

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