La historia de un hombre de clase media, que salió de Bucaramanga para irse a estudiar a la universidad Nacional en Medellín, y después iniciar allí su vida laboral en una pequeña fabrica de gaseosas, que entonces se llamaba Lux, a donde llega a inventar nuevos productos y explorar nuevos mercados, para terminar haciéndose poco a poco a su propiedad, para después dar el salto y atreverse a comprar la mayoría accionaria de su principal competidor, Postobón, es sin duda una de las grandes historias de liderazgo de este país, pues es también el periplo vital de quien fuera consagrado por la prensa nacional como el “Empresario del siglo XX” en Colombia.
Por esta razón es que, al ocurrir la muerte de Carlos Ardila Lulle, a los 91 años, el país entero ha destacado la vida de este santandereano, el hijo de don Carlos Julio Ardila Durán y doña Emma Isabel Lulle Llach, que se convirtió en el ejemplo de talento y de emprendimiento mas importante del país.
Y lo hizo a través de una carrera llena de esfuerzo, y sin pausa, que lo llevó también a emprender desarrollos en otros campos industriales y comerciales de los cuales todos los colombianos tenemos conocimiento. Pero junto la esa capacidad de trabajo, sobresalía su temperamento, pausado, sonriente siempre, y acompañado de una bondad que se reflejaba en su sentido social que lo motivaba para emprender campañas en sectores como la salud, el deporte y la educación.
Tuve la oportunidad de observarlo en la junta directiva de la clínica Ardila Lulle de Bucaramanga, en donde al final de la agenda dijo que quería hablar con las enfermeras, que fueron llegando hasta la sala de reuniones. Allí les preguntó que cuál era su principal preocupación, y ellas contestaron que soñaban con construir una guardería para sus pequeños hijos, en la enorme terraza de la edificación, pues sería la forma de tenerlos cerca y bien atendidos, mientras ellas podían dedicarse con tranquilidad a la atención de los enfermos. Ardila, después de oír con atención la súplica, preguntó por el estimativo de los costos para ese montaje, y de inmediato aprobó su contribución. Las enfermeras lloraban de la emoción y la que estaba mas al fondo, soltó una entrecortada voz entre sus lágrimas y dijo “doctor Ardila, quiero pedir un permiso”. Él le dijo ¿y eso para qué? y ella ya empapada por sus lágrimas, respondió “para darle un beso doctor”. Ese beso resumió la emoción del momento, pero también el significado de
lo que representaba la condición humana de ese industrial superpoderoso, que también supo llorar y hacer suyo el sentimiento ajeno.
Se ha ido definitivamente, pero queda toda la huella de lo que significó su trabajo, y también de lo que representó su sentido social y su amor por Santander y por Colombia. Aspiró a pasar sus últimos días en Bucaramanga; no fue posible, pero esa ciudad fue la que siempre conmovió su sentimiento.