Venezuela está de manera entrañable en el espíritu de los cucuteños por razones históricas y culturales que se reflejan en la economía y la política. Durante la primera mitad del siglo XX estuvo gobernada por dictadores, como Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleázar López, Isaías Medina, y Pérez Jiménez, en hegemonía tachirense, lo cual refuerza la importancia de Cúcuta y la relación binacional.
Su historia democrática comenzó en la década de los 60’s con el bipartidismo de Acción Democrática y COPEI. Entre sus gobernantes recordamos a Rómulo Betancur, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins y Jaime Lusinchi.
En medio del boom petrolero por los 2’7 millones de barriles diarios que exportó por años, el flagelo de la corrupción se anidó en los dos partidos, sin que sus devastadores efectos se sintieran en principio, dado el fuerte asistencialismo de Estado en temas sociales. Del lado estatal, no obstante las divisas por petróleo, el endeudamiento crecía irresponsablemente siguiendo la presión del Fondo Monetario Internacional.
La oligarquía política lideraba la fuga de capitales, que era extravagante en el comparativo latinoamericano, al punto que Nations Bank se nutría en un 50% de cuentahabientes venezolanos.
Todos recordamos el colapso del bolívar en febrero de 1983, lo que afectó duramente nuestro comercio.
La creciente desigualdad y la corrupción bipartidista hicieron metástasis en el tejido social. Los segundos gobiernos de Pérez y Caldera lo confirman.
El descontento popular llevó al teniente coronel Hugo Chávez a propiciar dos golpes de Estado en 1992 que, aunque fallidos, se convirtieron en referente porque Caldera decidió amnistiarlo. Chávez, libre y admirado, creó su partido Quinta República y ganó la presidencia en noviembre de 1998 en reacción a la corrupción de los partidos tradicionales.
Pasadas ya dos décadas, esa esperanza se convirtió en tortura. Hoy Venezuela es un país que ha superado los niveles de pobreza de Haití, con una inflación que en algunos períodos ha sobrepadado el 2000%, un crecimiento económico negativo del 12%, y una emigración de 5 millones de sus hijos que decidieron escapar al autoritarismo y la escasez. Quienes conocimos otra Venezuela, vemos el presente como ficción.
El país tenía que recomponerse porque era muy mal orientado por Acción Democrática y COPEI. Pero Hugo Chávez, a pesar de su liderazgo y buenas intenciones iniciales, no era el líder para encarnar una reacción constructiva. Su conocimiento del Estado era precario. Por populismo, se apoyó en las tesis de Bolívar, que empezó a estudiar. El daño causado a su imagen no tiene precedentes. Al principio, intelectuales y dirigentes progresistas lo acompañaron, pero se fueron decepcionando, entre otras porque el ego de Chávez no le permitía escuchar, y menos aceptar el disenso.
El Socialismo del Siglo XXI se convirtió en vil caricatura y desviación del Socialismo, una ideología respetable, en cierta forma útil en Latinoamérica dadas las enormes desigualdades. Chávez nunca entendió la historia, o nunca quiso conocer otras experiencias socialistas, como las de los países escandinavos y algunos otros europeos que, sobre la base de la Social Democracia crearon progreso y bienestar sin acabar el capitalismo ni la iniciativa privada. Prefirió la rigidez y el dogmatismo, inventándose una lucha de clases que produjo odios y polarización. Los cambios en favor de la justicia social eran necesarios, y posibles si se hubieran adoptado progresivamente, sin autoritarismo ideológico.
En términos económicos, con esa riqueza petrolera, a diferencia de la pobreza mineral de Cuba, era viable construir un socialismo sostenible, fundamentado en nueva infraestructura, producción agrícola, industrialización progresiva, y sustitución de importaciones. Pero no, Chávez adoptó el asistencialismo extremo, que le resta compromiso y laboriosidad a la gente, sin calcular la arremetida financiera internacional ni los ataques de las multinacionales petroleras. Cercado en el crédito, se recostó sobre Rusia y China hipotecando el petróleo.
Las enmiendas sucesivas a la Constitución de 1999 debilitaron la democracia. Cada vez más, los militares fueron el soporte del régimen, y no la sociedad civil. Pero no era un soporte gratuito, sino con luz verde para saquear al Estado. Así, en gran paradoja, la corrupción, que llevó a Hugo Chávez al poder por enfrentala, es desde hace años la principal característica del sistema. Como diría Bettelheim, una nueva oligarquía de Estado, absolutamente corrupta. Nicolás Maduro, torpe e incompetente, es su principal timonel desde 2013.