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Victoria pírrica
Es momento de reconocer que el proceso fue fallido.
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Domingo, 7 de Julio de 2019

Los Acuerdos de Paz ya no tienen el mismo sabor a victoria que cuando se refrendaron. A pesar de constituirse como el paso más grande en la historia de Colombia en su lucha contra la guerrilla de las Farc, los costos que hemos tenido que pagar por acabar con la guerrilla, al menos nominalmente, han sido supremamente altos.

Es cierto que quienes estuvimos a favor de los acuerdos de La Habana sabíamos que había que sacrificar algo de justicia con tal de acabar con un conflicto de medio siglo y ocho millones de víctimas, pero no contábamos con que este proceso de paz no fuese más que una victoria pírrica. 

Es momento de reconocer que el proceso fue fallido, y que las promesas no se cumplieron. 

Ya no se puede hablar simplemente de falencias por corregir a lo largo del tiempo: las víctimas no pueden seguir esperando, por quién sabe cuántos años, por volver a sus tierras, saber la verdad sobre el destino de sus familiares desaparecidos u obtener justicia por sus seres queridos asesinados durante el conflicto armado. 

Hay que ver que la implementación está rindiendo frutos.

No es la fuga de Jesús Santrich lo que pone en jaque las promesas del Acuerdo de Paz, ya que si bien este hecho desdibuja la autoridad de las instituciones judiciales que serían garantía de justicia para las víctimas, poner los ojos únicamente en el tema Santrich sería reduccionista. 

Hay mucho más por analizar, por ejemplo: Es un hecho que la violencia en zonas de conflicto repuntó, la capacidad del gobierno Duque de devolverle la tierra a los campesinos desplazados por la violencia es cada vez más baja, hubo un aumento de minas antipersonal en el país (según cifras del Alto Comisionado para la Paz), no hay garantías para la defensa de los derechos humanos o los procesos de restitución -el asesinato de líderes sociales deja un muerto cada 48 horas-, hay violencia contra los guerrilleros reincorporados (han asesinado a más de 100, 2 en nuestro departamento) y las hectáreas de coca cultivadas llegan a 208.000. 

Los todavía optimistas del Acuerdo de Paz defienden el proceso a partir de la reducción del número de actos terroristas en el país, lo cual, si bien es algo alentador, no puede ser el único indicador con el que juzguemos al proceso de paz. 

Hay muchos factores por evaluar, empezando por la violencia que se vive en el territorio nacional por los enfrentamientos entre disidencias, Eln, Epl, bacrim y los demás grupos delincuenciales internacionales que ya han echado raíces en Colombia. 

Tengo que acompañar a los sectores más ácidos del país cuando dicen que hay dos aspectos fundamentales en donde el proceso de paz fracasó: La justicia y el narcotráfico. Por un lado, La JEP no ha ofrecido los instrumentos necesarios para juzgar y esclarecer los hechos del conflicto, y por el otro, la lucha contra los cultivos ilícitos va a pasos muy lentos. 

En esto tengo que ser enfática: Por más de que yo me sienta parte de un sector de opinión que prefiere el diálogo antes del enfrentamiento bélico, es imposible no darse cuenta de que los resultados no han sido los mejores. 

En la evaluación de los Acuerdos de Paz, hay sectores políticos a los que sólo les preocupan las hectáreas de coca cultivadas o el número de jefes guerrilleros presos. La preocupación debe de ir más allá: La convivencia pacífica en los territorios, la restitución de tierras, la reincorporación de los guerrilleros de bajo rango a la sociedad civil, la reparación de las víctimas…Todos esos aspectos sí nos permiten evaluar y señalar que el proceso de paz no tuvo el éxito que se esperaba.

Únicamente en el Catatumbo, en marzo del año pasado, más de 16.000 personas fueron desplazadas por combates entre el Eln y el Epl. Además, en zonas de conflicto como Nariño y Norte de Santander, son evidentes las fallas en la implementación del Acuerdo debido a la escasez de la presencia institucional y el aumento del narcotráfico. Es cierto que en departamentos como el Huila, la reincorporación ha sido un éxito y los guerrilleros incluso han conformado grupos asociativos para producir tilapia, pero, desafortunadamente, este no es el panorama del resto del país.

Por el contrario, vemos que la paz fue únicamente un discurso y que todos los sacrificios, y los ‘sapos’ fueron en vano, porque tenemos diálogo, pero no convivencia pacífica, tenemos promesas, pero aún mucho miedo, y tenemos una ilusión de paz sin una justicia que nos espere al otro lado del camino. 

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