Empezó agosto y llegó soplando fuerte. Fuerte y raro. Llueve, hace sol y soplan vientos. Es que los tiempos cambian, decía mi nona Lucía Esparza. Antes, la cosa era distinta. En la temporada de lluvias, sólo llovía. En los veranos, sólo hacía sol y calor. Y en agosto, soplaban los vientos. Pero esto ahora se nos patarribió. Miren: Esta mañana amaneció haciendo un sol del carajo. El sol nuestro de todos los días. Fuerte y cucuteño. Pero al rato, sin truenos y sin rayos, sin nada que lo anunciara, se soltó un tremendo aguacero que puso a correr a todo el mundo. “Estoy como un pollito, toda mojada”, me escribió una amiga, que estaba pidiendo auxilio, a ver quién le llevaba un paraguas.
El clima está loco. Y no sólo el clima. A las gentes se les corre la teja ahora con mayor facilidad que antes. Se enloquecen por la plata, por el poder, por lo que sea. La política está enrevesada. Gana la izquierda la presidencia de la República, y corren todos, con la cabeza gacha y el cuerpo genuflexo a postrarse a los pies del ganador. No hay dignidad. No hay principios. Sólo ambiciones.
Cuando llegaba agosto, los muchachos, de hace ya largos años, nos alegrábamos porque era el mes de las cometas. Desde los cerros cercanos, desde Cristo Rey, desde las alturas, el cielo se llenaba de cometas que se bamboleaban y llenaban el cielo de colores. Hoy, la jornada puede tornarse dramática porque nadie cuenta con la seguridad del buen tiempo.
Los jubilados del parque se alegraban porque a las muchachas que pasaban por el parque, el viento les levantaba las faldas (las mujeres de entonces no usaban pantalones) y ellos disfrutaban de muslos y de cucos, mientras algunas corrían simulando algún pudor, y otras dejaban que los viejitos se llenaran de ilusiones y recuerdos.
Alguna vez, las fiestas julianas de Cúcuta se celebraron en agosto. El día de la inauguración, hubo desfile por las calles. Caballistas en caballos elegantes de paso fino y cagajones no tan finos. Carros viejos, de los que algún día fueron la sensación por lo modernos (“Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”, dice algún poema). Reinas en sus carrozas arrojando al público sonrisas y dulces baratos. Comparsas. Papayeras con instrumentos de cobre y tambores de cueros desgastados por el uso y el abuso. Bailarinas, bailando pasodobles españoles. Las calles, repletas de gente. Y en un rincón, payasos montados en zancos. Todo muy bonito, pero olvidaron que era agosto. De pronto soplaron fuertes los vientos y se formó el miercolero. A las reinas se les subieron los trajes realea a la cabeza. A los músicos se les volaron las partituras. Los caballos se desbocaron y perdieron la compostura. Y los de los zancos fueron a dar al suelo.
Ruego a Dios que el próximo domingo no soplen vientos fuertes en la plaza de Bolívar, a la hora de la posesión presidencial, porque la cuadrilla y los payasos y los de los zancos y las reinas y los cien mil invitados pueden pasar un mal rato. Yo por eso no asistiré. Ya le mandé a decir al señor Presidente que no cuente conmigo. Me da culillo lo que pueda pasar.
Pero no todo es malo en agosto. Es el mes de la poesía. En 1964, un día como hoy, 4 de agosto, murió el más grande poeta nortesantandereano, Eduardo Cote Lamus. Era gobernador del departamento y venía de Pamplona, ya avanzada la noche. En La Garita, un árbol se interpuso en su camino.
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