El encadenamiento en curso de cambios tecnológicos sucesivos y crecientes , que tiene en el celular su símbolo y en la revolución de las (inter)comunicaciones y en la creciente “inteligencia artificial” sus principales fuerzas impulsoras, hace que hoy el mundo, y en él Colombia, enfrenten una realidad donde se impone una lógica y una dinámica económica que parece incontenible, desatada por cambios que escapan del control de los Estados y de sus normas, dejándoles el espacio libre a unas pocas megaempresas sin nacionalidad ni ley.
Estamos sumidos en un verdadero tsunami económico, social y político con impactos directos tanto respecto al futuro y sentido del empleo y del trabajo como se han conocido, como en la desbordada concentración de la riqueza, generadora de desigualdades abismales en los ingresos de las personas y los países, alimentada por un sistema financiero en alto grado desregulado e internacionalizado; se pasó de un capitalismo centrado en la producción, a uno donde las operaciones financieras comandan las orientaciones, decisiones y beneficios de la actividad económica en los países y en el escenario mundial.
¿Es el fin del trabajo humano o más bien del empleo como lo hemos conocido en los últimos 140 años, desde la Revolución Industrial? Pregunta fundamental para entender nuestro mundo, pues está en la raíz de las movilizaciones y protestas ciudadanas que se vienen dando en muchos países, con sus características propias pero con ese fondo común de preocupación por una realidad fundamental de la vida humana: dónde y cómo trabajar, cuáles las posibilidades, condiciones y características del empleo que me permita trabajar y lograr una seguridad social básica. El trabajo es consustancial con la condición humana y no se acabará; lo que sí está cambiando y lo seguirá haciendo, es el empleo, las formas cómo este podría realizarse.
El trabajo formal nacido con el mundo moderno, caracterizado por su estabilidad hasta llegar a ser en muchos casos prácticamente hereditario, con un sistema de garantías sociales y prestacionales nacidas de esa estabilidad, que fundamentó el papel y la organización de los sindicatos, concentrados en la defensa de los intereses y derechos de los empleados, es decir, de los asalariados, está desapareciendo rápidamente al automatizarse muchas actividades, reemplazando por máquinas a obreros , oficinistas y aún profesionales; los procesos productivos y económicos se liberan de sus amarres territoriales y de una organización del trabajo sometido a disciplina y horarios imperativos. Estas realidades, como lo muestran las movilizaciones, generan incertidumbre especialmente en los sectores medios que ven amenazados el ascenso económico y aún social que habían logrado; a los jóvenes que simpatizan con estructuras laborales y formas de empleo más flexibles, que buscan cambiar estabilidad por mayor libertad, les preocupa la educación, la formación que están recibiendo y que muchos perciben desconectada de las nuevas realidades, exigencias y posibilidades; se estarían formando para el mundo que muere y no para el que está naciendo; no es gratuito que la matrícula universitaria esté cayendo a pesar de que hoy hay muchas más facilidades para estudiar. El tema, el interés y la preocupación no están girando en torno a conseguir un puesto estable, como a tener espacio, capacidades y recursos para el emprendimiento, para el esfuerzo y la creatividad individual y libre en donde el futuro no esté en manos de otros sino en las propias.
Con estas ideas presentes, vale la pena analizar la situación que generan realidades como las del servicio de transporte de Uber, que responde a muchas de las aspiraciones que hoy toman fuerza y que enfrentan formas tradicionales de prestar el servicio. En estos tiempos las transformaciones en el mundo real avanzan más rápidamente que la correspondiente normatividad, presentándose el conflicto entre una y otra. La pregunta es si se trata de amarrar la realidad a los viejos y conocidos moldes para los cuales están diseñadas las normas vigentes, o más bien analizar la realidad para entenderla sin pretender encerrarla en una camisa de fuerza normativa, buscando desarrollos normativos que se compaginen con ella y que garanticen el respeto y ejercicio de los derechos de unos y otros, no solo de ciertos transportadores, al facilitar la transformación de la actividad. Este es solo un caso de los muchos que se presentaran en estos tiempos de cambio acelerado.
Falla el Estado con su torpeza y lentitud para establecer las reglas de juego requeridas por los nuevos tiempos en el mundo del trabajo. Lo mismo podría decirse de la necesaria acción sindical a la que le urge trascender los combates de retaguardia en defensa de lo que está moribundo, para definirse en los nuevos escenarios laborales. Es un asunto central a tener en cuenta en la actual circunstancia de inconformidad social y voluntad de cambio que se respira en Colombia.