El domingo se expresaron realidades que de tiempo atrás han ido tomando fuerza. Se apreció que la política que le llega a la gente, no a ciertas élites, es la de las propuestas concretas que tienen que ver directamente con las condiciones de la vida diaria, la propia y la de cercanos y parientes, vecinos y amigos. Que se valoran no los discursos rimbombantes sin la credibilidad en la palabra, y sentido de compromiso de los candidatos; la gente en general ya no come cuento sino que valora a la persona, no tanto lo que dice sino la sinceridad y voluntad de comprometerse y cumplir de quien lo dice.
Este cambio que poco a poco avanza, se aprecia más claramente cuando se trata de escoger a quienes van a tener una relación directa con lo que suceda en esa cotidianidad que es lo que de verdad le interesa a las personas corrientes independientemente de su condición social, pero especialmente a las clases medias. Esto lo han entendido los populismos tanto de izquierda como de derecha, y la gran tarea hoy es desplazar políticamente a esos populismos, generalmente embuídos de autoritarismo y tomados o controlados por caudillos con alma de mesías.
El domingo se reafirmó en los hechos que hoy el ámbito propio de la política es ante todo territorial, llamada a responderle a problemas y electores de carne y hueso, diferentes al simple elector indiferenciado cuya capacidad de decisión y elección está limitada a la emisión de un voto, cuando tanto los ciudadanos como la realidad misma reclaman un involucramiento mayor para avanzar hacia la consolidación de una ciudadanía activa y alerta.
Asistimos al ocaso de la democracia representativa y al avance de una democracia más directa, más cercana a sus raíces griegas, basada en el involucramiento y creciente participación de los ciudadanos en la definición de sus destinos individuales y colectivos. Esta práctica política y forma de gobernar y de ejercer la ciudadanía, al igual que en la Grecia clásica puede operar en escenarios limitados territorialmente y con participantes que interactúan, que de cierta manera se conocen y comparten, ingrediente necesario para generar el sentido de pertenencia que exige la vida en común y su regulación democrática. El político profesional que hemos conocido, especializado en ?representación ciudadana?, pierde se espacio de acción y representación; no solo sobra sino que le hace daño a la política en general y desvirtúa a una organización de la democracia que dejó de ser representativa de la voluntad y el querer del conjunto de los ciudadanos de la nación, sino de grupos grandes o pequeños, pero grupos al fin y al cabo.
En Colombia, la Constitución del 91 abrió el camino a esta nueva mirada sobre el país y sobre su política, su manera de gobierno y de organización del Estado, al reconocer la pluralidad múltiple ? de lo geográfico a lo étnico ? que constituye a una nación unitaria construida a partir del respeto a su diversidad constitutiva. Una Constitución que en la base del edificio social y jurídico de la Nación y el Estado coloca a los territorios y regiones con sus especificidades, al igual que a las comunidades que los habitan, a las cuales les reconoce derechos y vocería para que junto con el Estado y el mercado y empresarios, conformen el trípode que debe sostener la política y el avance de la nación. No en vano la elección de alcaldes fue pensada como un proceso a cargo de los ciudadanos centrado en sus necesidades y aspiraciones concretas; políticos profesionales y los intereses nacionales estaban excluidos. Sería un proceso entre ciudadanos avisados y no entre políticos con sus intereses. Con los años se le fue desdibujando su alma, que poco a poco reaparece como sucedió el domingo.
Lo nacional es fundamental pero complementario de lo regional y local, donde está el alma y la savia de la Nación. En el espíritu de la Constitución, la política debe construirse desde las regiones con su completo nacional en las instancias nacionales de poder para garantizar la unidad que corona la diversidad estructural, con su responsabilidad con temas Nacionales, comunes a las regiones: seguridad, soberanía, relaciones internacionales, crédito y moneda, ciertos impuestos, integración territorial. Se requiere un Congreso unicameral y un Estado central a cargo de políticas estructuradas con un enfoque territorial y no puramente sectorial.
El domingo fue posible vislumbrar un futuro deseable, necesario y posible. Desde las regiones ha de salir la fuerza transformadora que es la acción ciudadana. Hoy desde el centro bogotano salen las fuerzas del inmovilismo que solo buscan preservar privilegios, amenazando la salud y futuro de la nación. Estamos en los primeros rounds de la pelea por la supervivencia de una Colombia que no traicione su alma, su razón de ser como nación.