La casa de Marco Emilio Parada Lizcano está semivacía. Un sofá, un par de colchones y una mesa, representan su patrimonio familiar luego de que vendiera todo para viajar a Cartagena para convertirse en profesional.
Y es que hace tres años, la vida de este cucuteño dio un giro de 180 grados cuando trató de evadir la mala racha económica porque su trabajo en la industria del calzado se fue a pique. Entonces recurrió al Sena para estudiar una tecnología, y abrirse campo en otros sectores.
No ser bachiller le impidió ser tecnólogo. Sin embargo, no desistió en la búsqueda de un nuevo oficio y se inscribió en una técnica, con menos intensidad horaria y requisitos, y se empeñó en validar los dos años que le faltaban para graduarse.
En las mañanas iba al Sena, en las tardes trabajaba en su casa en el barrio Cundinamarca haciendo troqueles para calzado, y en la noche iba al Instituto de Educación Formal de Adultos Proyección Siglo XXI en el mismo barrio, donde le tocó hasta aprender a escribir de nuevo.
Cuando le preguntan por qué no culminó antes su bachillerato, su mirada se nubla y la voz se le quiebra. Calla un par de segundos y antes de que un chillido de dolor le brote, dice con tono bajo y pausado que perdió gran parte de su niñez en las calles y en la indigencia.
Aunque quisiera borrar ese capítulo oscuro, dice que de esa etapa aprendió mucho y le agradece a Dios y a su esposa, Delia Galindo, con quién lleva 31 años, el haberle enderezado el camino.
Más calmado, y sepultando el tema del que le cuesta hablar, cuenta que aunque llevaba por lo menos 40 años sin estudiar se empeñó en culminar sus estudios con excelencia.
Leía cuanto texto había y practicaba inglés mientras traducía al español las instrucciones de los aparatos con los que reparaba electrodomésticos; no en vano sacó un destacado puntaje en inglés en las pruebas Saber 11 (Icfes).
“Cuando presenté las pruebas sentí que me fue bien porque entendí todo, pero nunca imaginé que sacara un puntaje alto ni mucho menos que esto le daría un giro a mi vida”, explica emocionado.
El rector del instituto de validación, Álvaro Carrasquilla, fue el encargado de darle la buena nueva: obtuvo 358 puntos, un puntaje bastante alto.
-Marco, usted puede aplicar a las becas de Ser Pilo Paga y estudiar en la universidad-, le dijo Carrasquilla.
Aunque Parada no conocía mucho sobre el programa nacional que otorgaba créditos condonables y auxilios económicos a los bachilleres con un puntaje superior a 310, en ese entonces, y con Sisben 1 y 2, dudó que pudiera aplicar. Acababa de cumplir 52 años, y temía que su edad fuera un impedimento.
“Siempre tuvimos la duda de que no aplicaría a este programa por la edad. Hasta que no quedé matriculado no creí en ello”, explica en medio de risas.
Y es que hasta para la exministra de Educación Gina Parody, quien lideraba el naciente programa que benefició unos 10.000 bachilleres en su primera versión, era increíble que alguien de más de 50 años pudiera ser pilo.
En 2015, en una reunión de pilos en Cartagena, Parada se le presentó a Parody como beneficiario. Ella, incrédula, consultó con sus asesores si era posible que alguien de esta edad accediera al programa, y al corroborarlo, no dudó en felicitarlo y ponerlo de ejemplo.
(Este modesto taller, en el antejardín de su casa, Parada se gana la vida mientras sueña con el día en que le entreguen el título de ingeniero industrial. / Foto: Mario Franco)
Una aventura en Cartagena
Aunque Marco Emilio Parada estaba feliz de acceder a Ser Pilo Paga 1 debía trasladarse a otra ciudad porque en Cúcuta no había ninguna universidad con acreditación de alta calidad, requisito del programa. Sin embargo, eso representaba dejar a su familia.
“Mis hijos mayores me decían: listo, se ganó la beca y puede vivir con el orgullo de que la logró. Pero no puede irse a estudiar a otro lado”, relató. “No es que fueran negativos, sino que en ese momento esa era la lógica”.
Duró varios días pensando en lo mejor para él y su familia. Primero se convenció de que valía la pena luchar por sus sueños y poco a poco, los convenció; primero a su esposa, y por último al menor de sus cuatro hijos, Sebastián, 10 años.
Decidió irse a Cartagena porque a su parecer, por ser una ciudad costera, implicaría una oportunidad de empleo, y era la única zona con ingeniería mecatrónica.
“En el Sena estudié una técnica que era como el perfil bajo de la carrera, y ya era llegar a las ligas mayores de la mecánica, con esta ingeniería”, explicó orgulloso.
Antes de viajar, la familia se reunió para planificar como acortarían gastos para que cumpliera su sueño. Los primeros días, acudieron a los ahorros, pero con el tiempo, la situación se puso dura, y no valió extralimitarse a gastar diariamente $ 5.000 entre pasajes y copias.
“Pegué papeles por toda la Universidad Tecnológica de Bolívar ofreciendo mis servicios de reparación. Los pocos pesos que ganaba los giraba para mi familia en Cúcuta”, recordó.
Desesperada, su esposa vendió la nevera, el televisor, y gran parte de sus muebles para reencontrarse con Parada en Cartagena. Llegó con sus dos hijos menores y solo aguantó 8 meses. En septiembre pasado, cuando él cursaba cuarto semestre se devolvió para Cúcuta.
“Siempre traté de que mi situación económica no influyera en mis notas. Pero era muy difícil concentrarme en clase de física cuántica mientras pensaba que mis hijos necesitaban cuadernos o uniformes”, confesó.
Pese a ello no supo qué era sacar menos de 3,5 en una materia y tampoco tuvo que cancelar alguna.
Volver con la cabeza en alto
Hace un par de semanas, con una situación económica insostenible, regresar a casa era la solución, y una noticia aclaró el panorama: la universidad Libre seccional Cúcuta obtuvo acreditación de alta calidad y pidió traslado.
Aunque en Cúcuta no había la ingeniería que estudiaba en Cartagena, cambió de programa y se inscribió en ingeniería industrial. Le homologaron 12 de las 24 materias que cursó y el 23 de enero volvió a un aula, más cerca de los suyos.
“Estoy feliz de volver. Puedo disfrutar de mi esposa, mis cuatro hijos y mis dos nietos sin renunciar a mis sueños profesionales”, dijo emocionado.
En la Universidad Libre, donde comparte con otros 44 estudiantes beneficiarios de Ser Pilo Paga 1, 2 y 3, Parada es en un ejemplo a seguir para la comunidad universitaria.
Lo que pocos saben es que este hombre de lentes violeta, cuerpo grueso y cabello negro, que camina con la frente en alto por los pasillos universitarios con agenda y calculadora en mano, escribe todos sus apuntes en inglés para perfeccionar el idioma.
Si alguna palabra le es desconocida, deja el espacio en blanco y al llegar a casa, antes de internarse en su pequeño taller, busca su significado y termina la frase.
A diario camina hasta la universidad, demora 40 minutos, pero no lo hace por economía sino por salud.
En el trayecto repasa mentalmente la lección del día, hace un inventario de los pendientes del trabajo y sueña, como el primer día que pisó un aula universitaria, en ser ingeniero y convertirse en instructor del Sena, porque allí, en la universidad “de los que andan a pie” nació su oportunidad de ser algo más que un fabricante de troqueles.