Cuando el sol no está ‘arrecho’ y el símbolo del Jesús Nazareno se alivia de la sofocante carga que flota sobre la gran cruz que se divisa desde el anillo vial, la gente se anima a subir al cerro, bien sea por las escalinatas que surgen del barrio Antonia Santos, o por la polvorosa vía que pasa por el barrio El Progreso.
Después de la gran inauguración en abril, pocos volvieron al lugar como visitantes, incluso sin calor, tal vez porque el cerro está, como el Nazareno, en lenta penitencia, reponiéndose de pequeñas grietas y esperando que su calvario sea recompensado con la terminación de la obra.
Los policías de turismo que se resguardan del calor en cuanta esquina hay, afirman que después de los ríos de gente de la Semana Santa, el sitio quedó casi desierto, salvo por las eucaristías dominicales convocadas desde la parroquia de Antonia Santos.
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“Ahí sí se ve gente”, dice uno de los patrulleros, enrojecido, entrecerrando los ojos y hostigado por la excesiva irradiación. “Como… unas 150 personas alcanzan a subir”.
Las plegarias se elevan en las tardes, cuando el astro desciende y se pierde, a los pies del Nazareno.
También, en las tardes, algunos vecinos de Cerro Pico salen de sus ranchos, se toman una foto con sus amigos, y regresan a la parte del mirador en la que pocos buscan una imagen, donde el verde se pierde con la arena incendiada y los techos de zinc no son escogidos como fondo de los retratos.
Aunque desde hace cuatro meses el encanto que atrajo a miles de personas hacia el Nazareno se opacó, el pueblo que lo rodea sigue firme en la convicción de convertirlo en un atractivo turístico único, útil para hacer memoria y darle otra función a ese cerro, antes corredor de grupos armados.
Pero el propósito no ha tenido el eco que se esperaba, y para estas víctimas ansiosas de la renovación de su entorno, la espera de la segunda y tercera fases de la iniciativa es lo que los mantiene firmes, en medio de desilusiones.
Para José Neftalí Cruz, miembro de la comunidad, infortunadamente el proyecto que debía ser la bandera de la comunidad, “no llena las expectativas”.
Las razones: el cambio del diseño que se planteó para que fuese uno de los más altos del país, elaborado con fotoceldas que aprovecharan la luz solar para iluminarlo en las noches; más la falta de diálogo con la comunidad, y el deterioro paulatino del solitario Cristo.
Si bien la alcaldía envió algunos operarios a reparar las fracturas del concreto los habitantes de Antonia Santos esperan más, no solo por el turismo y la posibilidad de poner a funcionar sus 16 asociaciones y ofrecer oportunidades de diversión a 2.500 niños, sino para hacer valer sus derechos como sujeto de reparación colectiva, al ser víctimas de la guerra.
Cruz esperaba que el lugar estuviera abierto al público, que las secretarías de cultura apoyaran la realización de actividades permanentes, como ocurre en otras zonas de la ciudad, pero después de la inauguración se afirma que las metas de impacto comercial y visitas de foráneos no alcanzan ni el 40%.
La mayoría de habitantes coinciden en que el plan de reparación colectiva no se cumplió en su totalidad, y que la alcaldía solo aprovechó el “champú político” de una apertura improvisada y sin la terminación total de la obra, echando al traste cinco años de trabajo del comité de impulso.
Paciencia
(La tarde es el momento predilecto para visitar el cerro y admirar el paisaje, rodeado de bosque seco, único en esta zona.)
Arturo Duarte, presidente de la Junta de Acción Comunal de Antonia Santos, tiende a ser mediador y prefiere actuar antes que hablar, pero aun así manifiesta que “sí les faltó estrategia, porque después de ir dos o tres veces, ¿qué más va a ver usted?”.
Pese a ello, es uno de los esperanzados en que se cumpla con lo que falta, que básicamente es el eje del progreso de la iniciativa: vías arregladas y parqueaderos, en la fase dos, y un teleférico que va del monumento hacia Atalaya, para la fase tres.
“El proyecto, ¡claro que sirve!”, exclama el presidente. “Solo tenemos que visionarlo, estratégicamente, para que todos los vecinos sean beneficiados”.
Agrega que no es necesario entrar en choques con la administración municipal, “sino llegar a un acuerdo común para mejorar el aspecto, y que así venga más gente”.
Su entusiasmo no es en vano, en especial porque lo que el visitante encuentra no está en otra parte: la cúspide del silencio apenas interrumpida por un frágil bramido de camiones, abajo, en el anillo vial; una brisa suave que perturba el aleteo de libélulas y abejorros; y la visión del fin de aquello que parece civilizado y termina en los edificios de San Fernando del Rodeo, para empatar con el vaporoso desierto que lleva a El Zulia.
Pero esa percepción solo la podrán apreciar los visitantes cuando tengan la carretera, y será satisfactoria cuando las víctimas sepan qué viene y, como señala Cruz, “no se cometa el mismo error y nos desconozcan”.
Esperan que, al menos por una vez, “no sea una limosna, sino que reconozcan que es deber del Estado y se tiene que invertir con calidad” y que cada parte faltante del proyecto no puede ser la representación del doloroso recorrido a la crucifixión sino que con ese Jesús Nazareno, las penas de la guerra y la espera se conviertan en gozo.
La Alcaldía va por la segunda fase
(Actualmente se hacen reparaciones al desgaste que ha sufrido el sitio, pese a no tener muchos visitantes.)
La Alcaldía de Cúcuta tiene en marcha la licitación para construir la segunda etapa del equipamiento, en la cual se construirán sitios de alimentación, se mejorarán las condiciones de accesibilidad y se hará una zona de parqueo.
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El objetivo, según la administración, es mejorar la estadía de los turistas en el monumento y la accesibilidad al sitio.
Según los detalles del proyecto, la zona interna incluirá restaurantes y cerramiento del lugar.
En total, se invertirán 899 millones de pesos que se sumarán a la primera fase que costó $2.179 millones, para un total de $3.078 millones, sin contar la última etapa del teleférico.