Cúcuta ha sido una de las ciudades en la que en los dos últimos años más ollas del narcotráfico fueron cerradas, pero también una de las capitales en las que el microtráfico volvió a resurgir con fuerza, tanto, que en algunos barrios céntricos operan en una misma calle hasta tres guaridas de jíbaros.
Uno de esos barrios es El Contento, distante apenas cinco minutos del Palacio de Gobierno departamental y a seis de la Alcaldía, donde vecinos denunciaron que las ollas que operan en la avenida 10, entre las calles 15 y 16, acabaron con la poca tranquilidad de la que gozaban.
La venta de sustancias sicoactivas se produce en este sector como si se tratara de pan acabado de salir del horno. Llegan carros, motos, se baja gente, tocan a las puertas, reciben y pagan, y luego se van raudos en un peregrinaje constante que se cumple durante las 24 horas del día, relata Genara de La Ossa, vecina de El Contento desde hace más de 45 años.
En el año 2014, cuando el presidente Juan Manuel Santos impartió la orden de acabar con estos mitos de inseguridad al servicio del narcotráfico en todas las ciudades del país, en Cúcuta los resultados fueron sobresalientes: más de 120 expendios desmantelados en comunas del norte, sur y occidente.
La percepción que quedó en el ambiente fue que se le había dado un golpe certero al microtráfico, a tal punto de que se llegó a creer en el fin definitivo de las ollas.
“Pero no, el fenómeno migró y en algunos casos se transformó, los jíbaros se dieron cuenta de que no podían seguir con el negocio desde sus propias casas o guaridas y entonces cambiaron el modus operandi”, dijo el sicólogo Alberto Duarte Carrillo, quien trabaja en la ciudad con una fundación que atiende a jóvenes drogadictos.
Esa mutación que se produjo no fue otra que la de llevar la marihuana, el basuco o el perico a domicilio a los clientes, en pequeñas cantidades, cosa de que si por alguna circunstancia el jíbaro es sorprendido, pueda alegar de que es farmacodependiente y que lo que porta es su dosis personal, sin que se le pueda judicializar, dijo el comandante de la policía de Cúcuta, coronel Jaime Barrera.
El oficial señaló que un gran porcentaje del microtráfico de Cúcuta y su área metropolitana se mueve ahora a domicilio, pero también desde ollas que se trasladaron de lugar.
Dirigentes comunales le aseguraron a La Opinión que hay ollas camufladas en pleno centro, en parques, en las afueras de los colegios y universidades, en la zona rosa de El Malecón, Los Caobos, Colsag y La Riviera, así como en los alrededores de las canchas sintéticas y de fútbol.
“Al parque Antonia Santos, por ejemplo, llegan a diario jíbaros que les expenden basuco y marihuana a los habitantes de la calle, es fácil presenciar la venta a plena luz del día”, dijo un dirigente comunal del centro que pidió mantener su identidad en el anonimato.
En el Canal Bogotá, de donde se creía que las ollas habían desaparecido para siempre, estas volvieron a abrir sus puertas y por ello ahora se observan adolescentes de ambos sexos consumiendo cigarrillos de marihuana y basuco, sumergidos en esa gigantesca alcantarilla.
Las bandas criminales de los Úsuga y Los Rastrojos se disputan el territorio para el control del microtráfico.
Barrera argumenta que la lucha contra el tráfico de estupefacientes ha sido tenaz, permanente, porque los que están detrás del delito cambian sus métodos, lo cual ha llevado a que se tenga que rediseñar la estrategia de combate.
La gente se queja mucho del consumo de estupefacientes, a veces las herramientas jurídicas no son como uno quisiera, pero se está haciendo el trabajo articulado con la Fiscalía, dijo Barrera.
Explicó que los padrinos de las instituciones educativas, dentro del plan colegios sin drogas, reforzaron la estrategia también para defender los derechos fundamentales de los niños.
El comandante de la compañía antinarcóticos de la Región 5 de la Policía, teniente coronel Jhon Robert Chavarro Romero, no sale de su asombro por lo que se está distribuyendo en los planteles educativos, sobre todo con inocentes niños que apenas están empezando a vivir.
Es una realidad que se está dando y que hace parte de una red de jíbaros que surten el consumo interno en las ciudades y que al igual que en otras capitales, aquí también está haciendo daño, admite el oficial.
Además de la metanfetamina, los investigadores de antinarcóticos tienen conocimiento por boca de los papás, docentes y de los mismos estudiantes, que los jíbaros también están distribuyendo en los colegios heroína, basuco y marihuana.
En un sondeo que hizo La Opinión con dirigentes comunales de las diez comunas de la ciudad, una problemática que se extiende por igual en todas es la presencia de ollas del narcotráfico y de jóvenes consumidores.
“Ahora los parques no son para ir a recrearse o a descansar, sino para que los jóvenes acudan a fumar marihuana”, dijeron los líderes.