A Juan Carlos, de 11 años, le ha tocado duro dentro del aula de clases. En Venezuela cursaba sexto grado de bachillerato, pero al llegar a Cúcuta comenzó en quinto, un año menos, pues así quedó determinado en los resultados de su prueba de nivelación para ingresar al colegio.
De padre colombiano y madre venezolana, Juan nació en el estado Aragua, donde vivió hasta hace un año y medio. Allá dejó la escuela a medias, y en Colombia le tocó empezar concluyendo el primer período.
El rendimiento académico del niño no era el mismo que en Venezuela. La cantidad de materias le abrumaban y los cambios empezaron a afectar hasta sus relaciones personales y familiares.
Su madre, Julia Pérez, está desesperada. Ella, que tampoco conoce el sistema educativo colombiano, está nuevamente estudiando con Juan. Para ella, todo también es nuevo.
Esta situación se repite casi que a diario entre las familias venezolanas que llegan a vivir en Cúcuta y tienen niños en edad escolar. La impotencia de Julia, por no poder ayudar a Juan Carlos, es frustrante.
El problema del proceso de adaptación de los niños venezolanos en las escuelas colombianas sigue. No hay una política clara en este sentido, solo que los docentes deben procurar nivelarlos, y los niños asumir la responsabilidad de aclimatarse.
En cada salón de clase de las instituciones educativas oficiales, por lo menos el 40 por ciento son niños venezolanos; pero hay otros colegios donde el 70 por ciento es inmigrante.
La secretaria de Educación municipal, Doris Angarita, explicó que este tema se ha tornado complicado pues como ente territorial les ha afectado, ya que con los estudiantes del vecino país hay patrones como ausentismo, repetición y deserción, indicadores que afectan a la entidad.
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Esta Secretaría solicitó incluso al Ministerio de Educación un trato distinto en los parámetros de valoración, debido a que es una de las ciudades que ha recibido a más alumnos venezolanos. El año pasado la cifra se ubicó en aproximadamente 4.000, y este año ya está en 9.700 alumnos.
Por este escenario, en Cúcuta se implementó un plan piloto en el colegio Inem José Eusebio Caro, a través de la Fundación Camino de Vencedores, que se llama Educando Sonrisas.
Esta organización diseñó un plan único en el departamento donde se trabaja con los padres de familia, los docentes y los niños para brindar las herramientas que permitan que el proceso de adaptación sea rápido y menos traumático.
Gabriel Meza, de la fundación, explicó que la organización se dio cuenta de la disparidad que existía entre las mallas curriculares educativas de ambos países, y también notaron que a pesar de los esfuerzos hechos por el sistema educativo municipal las cifras de rendimiento académico para Cúcuta estaban bajando.
“Cúcuta ocupó el lugar 32 de 36 en el Icfes, y esto es grave. Además, ocupó el penúltimo lugar en rendimiento académico. Y se puede decir que se debe al fenómeno migratorio, tal vez, pero no ha habido un programa en donde se les nivele a los niños, así como el desinterés de los padres que creen que el colegio es el único y principal responsable de la educación de sus hijos. Esto es falso, son ellos los primeros responsables”, dijo.
El plan brinda a la institución educativa la posibilidad de acercamiento con las distintas entidades públicas vinculadas en el proceso migratorio.
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A los profesores les dieron una serie de capacitaciones en el manejo de la atención y comunicación efectiva a través de la programación neurolingüística. Y a los padres y los estudiantes se les brindaron herramientas pedagógicas en el reforzamiento de técnicas de estudio, en donde a ellos como responsables se les fomenta la lectura crítica y comprensiva, por medio de un análisis sistemático.
Los estudiantes recibieron 10 jornadas consecutivas de nivelación en áreas como álgebra, español y sociales.
“Buscamos el material de las prueba Saber y tomamos ejemplos de esos contenidos y los pusimos a ellos a llevarlos a la práctica. No es llevar al niño a que estudie mucho, sino que implemente sus técnicas de estudio pero aplicadas en todas las áreas del conocimiento”, dijo. “En el caso de las matemáticas sí se trabajó específicamente”, detalló.
Además, la fundación realizó una serie de talleres de tolerancia, de resolución de conflictos y comunicación efectiva con los niños y padres, que les permita ayudar a estos últimos a ser partícipes del éxito de su hijo dentro del aula de clases.
Farid Palacios, papá, explicó que el programa Educando Sonrisas es un plan que les permitió hacer una transformación personal y rechazar antivalores como el bullying y la xenofobia.
“Este programa, por medio del amor, marcó la diferencia en cada padre. La carencia de amor es uno de los problemas que más afecta el proceso de aprendizaje académico de nuestros hijos, y lo ignoramos. A un niño rechazado se le dificulta aprender, y este programa nos quitó muchas vendas de los ojos y nos enseñó que un niño amado es un niño que aprende, que crece y tiene éxito en el colegio”, dijo.
Por su parte, el docente Jairo Zambrano explicó que les permitió conocer el impacto que representa para estas familias venezolanas el cambio de cultura, y el choque de lenguaje, costumbres, tradiciones, para no caer en prácticas discriminatorias.
“A estos conflictos se les debe dar un nivel de manejo y tolerancia y entendimiento dentro del aula, pensando en mantener un ambiente de hermandad a nivel de toda la comunidad educativa”, dijo.
Y se les brindó orientación a los docentes para que a su vez sean guías de los padres en el proceso de reglamentación de documentos de los estudiantes dentro del plantel exigidos por el Ministerio de Educación.
“Fue muy productivo sensibilizarlos, que es la única manera de colaborar teniendo entendimiento y solidaridad para con ellos”, dijo el docente.
La fundación Camino de Vencedores está buscando llevar el programa a municipios como Tibú, Ragonvalia y Herrán, pero aún no se ha concretado.
Para la psicopedagoga Elsa Cáceres este proceso de adaptación será más fácil en la medida en que el niño maneje las herramientas para hacérselo más llevadero, así como que su entorno se las facilite y le acompañe.
Para Juan Carlos el proceso duró nueve meses que le valieron momentos de lágrimas y frustración, pero ahora dice que ya se sabe el coro del himno colombiano, los nombres de los departamentos y sus capitales, y sobre todo, comprende cómo son las evaluaciones, obteniendo mejores calificaciones.