Paola Boscán, 8 años, se sienta en el pupitre de tercer grado. En Cúcuta, cambió su uniforme venezolano de falda azul y camiseta blanca, por una hermosa camisa color salmón, y una falda a cuadros azul y vinotinto.
Pero no solo se trató de su vestimenta escolar, sino también de escuela, de compañeros de aula, de asignaturas, de maestros, de cantidad de horas en clase… Son las 6:15 de la mañana y ya está abriendo el cuaderno de matemáticas, a esta misma hora, en Maracaibo –su ciudad natal–, apenas estaría alistándose para ir al colegio.
Multiplicaciones de dos cifras, y divisiones. De estas últimas apenas sabe su nombre y levemente el procedimiento para resolverlas. En el sistema educativo venezolano, esta operación básica de matemática está encajada en los programas del último lapso de tercer grado y durante todo el cuarto grado. Sin embargo, a Paola ahora le toca aprender sobre la marcha…
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Ella era una de las cinco mejores en su clase en Venezuela, en una institución privada. Su preocupación: seguir obteniendo buenas calificaciones. Su primera calificación en Cúcuta: 8.5 puntos. “¿Qué es eso? ¿Me reprobaron mami?”, afirma. En Venezuela, con esta calificación el comprobatorio estaría perdido. Afortunadamente, el susto le duró solo minutos. Era una buena nota, solo falló en una operación matemática.
El sistema de calificación escolar fue su primer choque. En Colombia, los métodos numéricos empleados son del 0 al 5 o del 0 al 10, se aprueba con 3.0 y con 6.0, respectivamente. En Venezuela, era calificada con letras, desde la A hasta la E. “Siempre sacaba A y B, ahora quiero sacar solo 8, 9 y 10”, dijo la niña.
Español, matemáticas, religión, ética, geometría, estadística, ciencias sociales, ciencias naturales, artística, educación física, computación, inglés, LOC. Trece materias. Una diferencia abismal con las siete asignaturas que estudiaba en Venezuela.
“Son más tareas, temas más largos. Se me gasta el lápiz más rápido. Y aunque extraño a mis amiguitos en Venezuela, me encanta mi nueva escuela… mi maestra me enseña mucho. Además, ya tengo nuevas amigas”. Así resume ella su cambio de colegio.
En su salón de clases, junto a ella hay otras dos niñas venezolanas. El colegio Departamental San José de Cúcuta es uno de los 10 primeros planteles en albergar más estudiantes venezolanos con 107 alumnos. Sin embargo, solo en las instituciones educativas de Cúcuta hay 3.349 estudiantes venezolanos, mientras que la Secretaría de Educación departamental maneja una cifra de 2.030 alumnos provenientes de Venezuela, y de estos 1.584, netamente venezolanos.
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En el colegio Gonzalo Rivera Laguado hay 70 niños de nacionalidad venezolana. Javier Alejandro Vargas, 6 , es uno de ellos. Es uno de los niños más aplicados de la clase. Se adaptó súper rápido, y esta es su segunda escuela en Colombia, la primera en Medellín y ahora en Cúcuta. “No hemos tenido quejas de los maestros. Ha salido muy bien en sus asignaturas, a él no le ha pegado el cambio”, relató la madre.
Multiculturalidad
En primer grado, está Lucía Naranjo, 6. También venezolana, de padre colombiano y madre venezolana. Primera vez que pisa un aula en Colombia. Toda su etapa de transición la hizo en el vecino país. Es muy pilosa.
“Me preocupaba que no se adaptara, pero contrario a lo que pensaba, se ha adaptado muy bien, y la única vez que me pusieron una queja fue porque no escribió nada en su cuaderno, en clases, por estar haciéndole el tema a una amiguita. Sé que acá aprenderá de historia y geografía de Colombia, me parece muy bien, porque toda su familia paterna es colombiana. Ahora, queda de mi parte enseñarle sus raíces venezolanas”, contó la madre.
Germán Berbesí, rector del colegio Fronteras, en Villa del Rosario, una de las escuelas que más recibe niños venezolanos, contó que este incremento de estudiantes venezolanos ha traído para los planteles colombianos un proceso de interculturalidad y multiculturalidad, del que hay que enriquecerse. “De Venezuela vienen de diferentes estados, y nosotros recibimos de distintos departamentos, viene una multiculturalidad de cada país, pero se encuentran dos culturas”, señaló.
El rector detalla: “hasta ahora no tenemos quejas de los niños venezolanos, son muy respetuosos. El choque es fuerte, sobre todo cuando vienen de estudiar en el sistema público, porque los que vienen de las escuelas privadas se les hace mucho más fácil el estudio en Colombia. Por tradición se les dificulta, porque lo que ve un niño en quinto grado en Venezuela lo ve acá en segundo grado. En Venezuela es muy deficiente el estudio de primaria y bachillerato, y muy bueno el universitario”.
La psicopedagoga del colegio explica que asignaturas como geografía e historia les produce un choque muy fuerte en los alumnos de bachillerato. “Ellos vienen muy enfocados en la cátedra bolivariana. Es más suave cuando se habla en términos globales, es decir, cuando se trata temas como guerra fría, segunda guerra mundial… Además, los temas en Venezuela son dados con poca profundidad”.
La parte técnica, en conceptos como empresa, persona jurídica, persona natural, son pocos los que han tenido familiaridad. En cuanto a materias como ciencias naturales y español, son otros autores estudiados. Y la mayoría de los alumnos vienen escribiendo en cursiva, que es de carácter obligatorio en Venezuela.
Sin embargo, en los planteles con mayor matrícula se está implementando un plan de adaptación para los estudiantes.
Las cifras comparativas de alumnos en 2017 en Cúcuta son muy altas. El año pasado eran 1.500 niños venezolanos estudiando en la ciudad. Hoy, la cifra se duplicó. Y esto se replica en cada uno de los municipios fronterizos, incluso, en todo el país. “Tenemos 1.300 estudiantes, matrícula efectiva que viene del año pasado son 800 alumnos, es decir, son 500 nuevos, y de esos casi 300 son venezolanos”, detalló el rector.
La psicóloga María Pineda explicó que todo cambio en un infante siempre puede ser traumático. “Es mirar caras extrañas, sentirse solo, todo lo nuevo siempre genera ansiedad. Esta ansiedad debe ser bien manejada tanto por los padres como por el mismo docente, quien debe ayudar al niño a integrarse para que no sea tan duro”.
La especialista explica que en el caso de los adolescentes resulta un poco más difícil, porque generalmente a estas edades ya los grupos de amigos están conformados, y es más complicada la integración.
“Es deber de papá y mamá apoyarlo en este proceso, y aún más cuando el cambio implica salir de tu país, donde te enfrentas a cambios de cultura”, señaló.
Para Camila el cambio ha sido casi imperceptible. Se siente como pez en el agua. “Me gusta mi colegio, y las letras que me enseña mi maestra. Estoy feliz”, dice sin tapujos y sin las barreras geográficas.