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El comercio de comienzos de siglo
Fue precisamente a este almacén al que llegaría quien fuera tiempo después uno de los empresarios más exitosos de la ciudad.
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Sábado, 4 de Marzo de 2023

Después del terremoto de 1875, algunas de las casas comerciales alemanas que se habían instalado en la ciudad, reconstruyeron sus locales y retomaron sus actividades hasta bien avanzado el siglo XX. En anteriores crónicas fueron mencionadas estas casas comerciales, pues se habían constituido en las principales fuentes de ingresos y de empleo de la región, que además abastecían de productos importados, no solamente la ciudad sino otras vecinas como Bucaramanga, donde se alcanzaron a extender algunas de ellas. Las principales casas de comercio alemanas eran la Andressen Möller & Cía. Ltda., Van Dissel, Rode & Co. y la Beckman & Co. que permanecieron hasta finales de la década de los veinte.

Casi simultáneamente, a principios de siglo, otra casa de comercio, esta vez de italianos, se instaló en Cúcuta. El almacén Ríboli & Co. también de inmigrantes itálicos, instalaron su sede en Maracaibo y poco a poco comenzaron a extenderse por la frontera. Durante sus primeros años se dedicaron a comerciar café, que exportaban a su tierra natal y de allí importaban los famosos artículos de vestir italianos, entre ellos, los pañolones de jersey que tanto les gustaba a las finas damas locales y a la vez, traían de su país, el afamado vino Chianti, así como vinos españoles.

Esta empresa, tuvo inicialmente varios inconvenientes con sus despachos, por los problemas que su presentaban tanto en los puertos como en los trasbordos, pero que como preveían, siempre aseguraban su mercancía lo cual les garantizaba, por lo menos, no tener pérdidas notables, como sucedía a veces con sus competidores. Riboli & Co. era uno de los mayores importadores de los electrodomésticos más conocidos de la época, como las máquinas de coser Domestic, que les hacían competencia a las conocidas Singer, pero que eran más económicas; otro de sus principales productos era la máquina de escribir Underwood, acreditada mucho antes de la italiana Olivetti, que traerían posteriormente.

Bajo esa razón social, esta compañía se mantuvo en el mercado posiblemente hasta finales de los años veinte o comienzos de los treinta, cuando recibieron un nuevo socio, italiano también, quien se había instalado en Maracaibo al igual que sus compatriotas y ejercía las mismas laborales comerciales. Establecieron más que una buena amistad y eso llevó a la conformación de una nueva sociedad en nuestra ciudad fronteriza, en la cual se incorporó don Tito Abbo quien, a partir de la fecha de su vinculación, estuvo al frente de esa sociedad ahora llamada Riboli, Abbo & Co, sociedad en comandita simple.

Fue precisamente a este almacén al que llegaría quien fuera tiempo después uno de los empresarios más exitosos de la ciudad, don Antonio Copello.

Riboli, Abbo & Co. se mantuvo en la misma línea de negocios, pero fue expandiendo su mercado y paulatinamente apoderándose del sector de los grandes negocios, el que se consolidó cuando el principal almacén, la Casa de Comercio Alemana Breuer, Moller & Cía. tuvo que cerrar y sus propietarios abandonar el país al declararse la guerra, en la cual Colombia tuvo que acompañar a los Aliados.

Ante estos hechos, los herederos del don Tito Abbo aprovecharon la oportunidad para comprar las acciones de Riboli y constituyeron la sociedad de responsabilidad limitada Tito Abbo Jr. & Cía. Ltda.

Pero volvamos a comienzos de siglo. Mientras los grandes almacenes se dedicaban a los negocios de exportación-importación, una serie de pequeños almacenes comenzaban a crecer, atendiendo a la población que demandaba otra clase de bienes que aquellos no ofrecían; así pues, comenzaron a surgir otros de categoría ‘mediana’ que satisfacían las necesidades de los demás segmentos que componían los habitantes de la ciudad.

Empezaremos por el almacén El Louvre, nombre que evocaba los lujos y el esplendor que para la época traían a la mente los productos franceses, que en buena parte eran allí vendidos. Un rápido vistazo a esos productos puede leerse en sus llamativos anuncios: “… en materia de Bordados de todas anchuras y calidades, en bellísimos estilos de última moda, no hay en la plaza un surtido ni más bonito, ni más amplio, ni más barato que el del Louvre”.

Este almacén era de propiedad de la compañía compuesta por don Simón Meléndez y su familia bajo la figura de sociedad de responsabilidad limitada.

¡Oiga usted caballero! en El Louvre hallará el sin rival ‘Electric Pencil’, preparación que hará desaparecer en su flux, de la manera más rápida, cualquier clase mancha; puede aplicarse a las telas más delicadas, con la firme certeza de ver en el acto su efecto maravilloso. Ninguna mancha se resiste ante sus poderosos resultados, sea de aceite, barniz, etc. Precio de un Pencil $0.60.

El Louvre, además de sus variados y finos artículos había establecido una Lotería Mensual utilizando los números de las facturas expedidos por su Caja Registradora para motivar a sus clientes. En dicha lotería participaban todos los boletos que hubieran realizado, durante el mes, pagos de contado o en efectivo, abonos o créditos por cualquiera de los artículos o productos comprados. Se había establecido un premio mayor de $20 y cuatro adicionales de $5. En la factura se pactaba que “(…) la persona que presentare la factura con cualquiera de los números ganadores se le cubrirán inmediatamente”. La estrategia le funcionaba, pues mensualmente participaban más de tres mil boletas.

El Louvre era, definitivamente un negocio de mucha solvencia. Vendía desde piedras de mármol de todos los tamaños, para adornar las tumbas del cementerio hasta perfumería de la más fina calidad traída de Francia, así como un diverso surtido de joyería que podía admirarse constantemente ya que se renovaba continuamente y como allí nada se desaprovechaba, a la venta se tenían cajas vacías para guardar sombreros, corsés, vestidos y otros elementos que requirieran cuidado.

Mención merecen otros negocios que para la época comenzaron a destacarse y que se mantendrían hasta bien avanzado el siglo, como es el caso del Bazar San Antonio, uno de los almacenes de artículos religiosos, recuerdos y objetos piadosos y de Primera Comunión; estaba ubicado en la carrera séptima números 35 y 35A.

Para destacar, otros como el Almacén Vale & Co. que vendía los Almanaques Caraqueños, a comienzos de año y un extenso surtido de productos alimenticios.

Redacción 
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

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