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Personajes del Siglo XX (2)
Emilio Ferrero Troconis y Erasmo Meoz.
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Sábado, 23 de Marzo de 2024
1. Emilio Ferrero Troconis

Nacido en Cúcuta el 5 de abril de 1873, fueron sus padres Aurelio Ferrero Leal y Cristina Troconis Andrade; hijo de segundas nupcias junto con sus hermanos  Cora, Virginia, Tulio y Aurelio. Sus primeros estudios los hizo en el colegio La Frontera, en San Antonio del Táchira, institución que había sido fundada por monseñor José Luis Niño quien fuera el segundo obispo de Pamplona, luego de destierro ordenado por el gobierno de la Nueva Granada. (detalles pueden leerse en una crónica anterior).

Sus estudios secundarios en el Seminario de Pamplona y en 1889, ingresó al Colegio Mayor del Rosario, en Bogotá para continuar su formación en Filosofía y Letras, hasta alcanzar su título de doctorado; posteriormente ingresó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, donde obtuvo el título de abogado en 1897.
Ejerció como  Juez de la República y posteriormente participó como secretario del general Ramón González Valencia en la Guerra de los Mil Días. De regreso a la vida civil ejerció como Secretario de Hacienda del Estado Soberano de Santander. 

Fue elegido Representante a la Cámara de Representantes por la circunscripción de Cúcuta en 1903, donde tramitó varias leyes en beneficio de la región, entre las cuales se destaca la de la construcción de la línea del Ferrocarril de Cúcuta al Magdalena, a Tamalameque, proyecto que por las múltiples dificultades de la época no pudo ejecutarse.

Se considera su principal ejecutoria la redacción y posterior aprobación del proyecto de decreto que posteriormente se materializó en Ley, el 14 de julio de 1910 mediante la cual se creó el Departamento Norte de Santander. Murió el 25 de mayo de 1944. 

Su aporte al desarrollo empresarial regional fue realizado mediante gestiones que presentaba en beneficio de ellas en los cargos que desempeñó en las distintas ramas del poder público, tanto desde la presidencia de la Asamblea Constituyente de 1910, como desde el Ministerio de Instrucción Pública, donde promovió con entusiasmo la creación de instituciones de educación en el nuevo Departamento.

2. Erasmo Meoz

En el apacible ambiente de la villa de los valles de Cúcuta de mediados del siglo XIX, nació Erasmo Meoz Wills. Por desgracia, durante el terremoto de 1875, falleció su progenitora, razón por la que fue enviado a la ciudad de Maracaibo donde terminó sus estudios secundarios; trasladado a Caracas se matriculó en la Escuela de Medicina, terminando su etapa de formación en 1885, distinguiéndose como uno de sus alumnos más aventajados.

 De regreso a su ciudad natal, comenzó a ejercer su profesión en compañía de sus otros colegas, brindándoles atención a los enfermos de la epidemia de Fiebre Amarilla que por esos tiempos asolaba la ciudad. Por las dificultades propias de la época, la mayoría de los profesionales de la medicina debían realizar visitas a domicilio hasta los lugares más alejados e inhóspitos, labores que hacían en cabalgaduras que podían a su disposición, por lo cual, poco a poco el médico fue ganando el cariño, la admiración y el respeto de las gentes.

Era un hombre que gustaba de vestir bien, tocaba el violín e invitaba a gente importante a su casa especialmente músicos y amantes de las artes con los que entablaba profundas conversaciones sobre los temas más importantes de la actualidad.

Físicamente era un hombre robusto y de carácter fuerte lo que ayudó a desempeñarse con habilidad y destreza en la atención de sus pacientes, particularmente cuando tuvo que atender a los soldados heridos de la batalla de Peralonso. Fueron precisamente estas características las que le permitieron decirle al general Isaías Luján quien llegó luego de la batalla en mención y que luego de auscultarlo, le miró y le dijo: “general, usted está muy malo, su enfermedad es grave y difícil de curar, lo que usted tiene es miedo y muy pocas ganas de regresar a Peralonso; volvió la espalda y salió”.

En 1916, viajó a buscar alivio para la enfermedad que padecía, en Europa pero ya era demasiado tarde; regresó a Cúcuta y murió el primero de junio de 1918, a los 60 años. Sus restos reposan en un monumento a la entrada del hospital que lleva su nombre.

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