El próximo 20 de septiembre se estaría cumpliendo cien años del nacimiento de mi padre, un personaje muy recordado en la ciudad por su extraordinario don de gentes, su emprendimiento y el valor con que afrontó las dificultades que en los últimos días de su vida hicieron algunos malvados, cuando lo despojaron de su patrimonio. No tuve conocimiento de todas las artimañas que urdieron algunos abogados en complicidad con funcionarios de menor rango, hasta que casualmente y luego de muchos años transcurridos, uno de los jueces que conoció la causa me narró recientemente, con indiscutible indignación, el maléfico proceder y las perversas maniobras utilizadas, sin que pudiera impedirlas a pesar de sus buenas intenciones.
Hablo del Chez Esteban o mejor de don Esteban Raynaud, aquel reconocido chef que llegó a Colombia contratado para inaugurar el Grill del Hotel Nutibara de Medellín, en 1952, de la mano de don Hernán Botero, un mozalbete, hijo de una familia de notables antioqueños muy pudientes, propietarios del hotel, a quien habían enviado a Europa a educarse y de paso, a relacionarse con los personajes más destacados de la rancia aristocracia, en particular de la francesa, muy de moda y con mucho arraigo en la cultura colombiana del siglo pasado, esta misma presentación la hice en la crónica donde narré cuando organizó su restaurante en la Villa del Rosario, luego de permanecer algo más de diez años en su anterior establecimiento en El Escobal y que se llamó Restaurante Don M, que había comprado a un francés que se afincó en la ciudad, en la que se decía que había venido de la Guayana Francesa de donde había salido luego de cumplir su pena en la famosa Isla del Diablo, versión que no era del todo descabellada toda vez que los reclusos que cumplían su pena, no eran devueltos a la metrópoli y debían arreglárselas por su cuenta, ya fuera para regresar o para iniciar una nueva vida en el continente.
Hago mención del nombre de Hernán Botero, pues con el pasar del tiempo fue uno de tantos colombianos que se dejó tentar del dinero fácil, a pesar de tenerlo, y por lo cual, tuvo el desagradable privilegio de ser el primer extraditado a los Estados Unidos. Los aficionados al fútbol lo recuerdan por la famosa fotografía exhibiendo un puñado de dólares y gritándole al árbitro ¿Cuánto te pagaron?
Pero continuando con el relato, debo agradecerle a este diario y en especial a su director, el haberme dado la oportunidad de escribir estas crónicas, ya que en septiembre del 2000 y con ocasión de su fallecimiento, publiqué mi primera crónica que llevó por título “Esteban, uno de los Tres Mosqueteros”. La presentación que se hizo de esta crónica decía “…historia de un francés que echó raíces en Cúcuta, contada por su hijo…”
La historia de Etienne, como era su nombre en francés, se remonta a las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, época en la que nació en el sur de Francia no muy lejos de la frontera española. Luchó con los aliados durante la Segunda Guerra, permaneciendo en el Ejército francés hasta su liberación en 1944. Estudió y se tituló de ‘chef’ en la afamada ‘Escuela Hotelera de Toulouse’ y siendo instructor a comienzos de los cincuenta, de allí lo sonsacó don Hernán, para traérselo a Colombia.
En mi primera crónica hacía mención de tres mosqueteros, pues con él vinieron otros dos compañeros que también se afincaron en el país con igual o mejores resultados, un suizo que con el pasar del tiempo montó la famosa pastelería Astor en Medellín y don Federico Wollner, austriaco, llegado con mi padre y contratado en el mismo Hotel Nutibara, en calidad de ‘Maitre d’Hotel’ y quien posteriormente y durante varios años regentó el Hotel Tonchalá. Murió en trágicas circunstancias víctima de un atentado en las mismas oficinas de la gerencia del hotel.
Llegó a la ciudad en 1957, por insinuación de un paisano que residía en Caracas y que había trabajado también en el Nutibara y que ahora tenía una agencia de festejos en Venezuela, cuyo principal cliente era el presidente Pérez Jiménez. Viajaba a la capital antioqueña varias veces al año a vigilar las inversiones que había hecho antes de partir.
A comienzos de 1965, decidió por recomendación de sus clientes y amigos, organizar un nuevo establecimiento sobre la autopista que se había construido para unir la ciudad con la vecina San Antonio, escenario que había cambiado la situación de su negocio, ahora que el tránsito se desviaba por esa vía, dejando casi sin uso la vieja ‘carretera a la frontera’.
Durante ese año se desarrolló una campaña de expectativa, en prensa y radio, mientras avanzaba la construcción y en 1966 se hicieron las primeras adecuaciones y se dotó de los implementos necesarios para el cabal funcionamiento de la nueva empresa, de manera que el 21 de junio de ese año, se realizaron los actos inaugurales, con la bendición episcopal de monseñor Pablo Correa León.
Con la toma de posesión del presidente Carlos Lleras Restrepo, ese mismo año, el 7 de agosto siguiente, en su primera visita a la ciudad, el mandatario de los colombianos fue agasajado en el Chez Esteban, ocasión que aprovechó para felicitar y agradecer a su propietario por el magnífico aporte al progreso de la región.
Murió pocos días antes de cumplir los 81 años, sin haber regresado a su tierra y sin el menor arrepentimiento por no haberlo hecho.
Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com